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Los argentinos, sobre todo los de cierta edad, estamos curados de espanto. Pero que Menem milite ahora la causa reestatizadora es un trago revulsivo.

Los dudosos pechos henchidos

A los cachetazos, muchos argentinos de cierta edad hemos aprendido que no debemos confiar demasiado en aquello que es presentado como una epopeya nacionalista.

En política, la cosa aparatosa y, sobre todo, la que es “relatada” como provista de un excelso objetivo argentinista suele venir con demasiada marquesina y con uno o varios gatos encerrados.

En mi caso particular lo digo claro: desconfío de las gestas, de los anuncios oficiales con corneta que se publican a cinco o más columnas en los diarios y de las concentraciones para aplaudir a salvadores patrióticos.

Néstor lo dijo

En setiembre de 1992, cuando era un olvidado gobernador de una provincia del fin del mundo, Néstor Kirchner lanzó una frase que en sí misma es esclarecedora pero que ahora caería como una daga envenenada sobre el cuerpo jacobinista del camporismo que avala la Presidenta.

“No hay nada más soberano que conseguir inversiones”, sentenció entonces el finado Néstor Kirchner cuando públicamente y sin dejar dudas apoyó la privatización de YPF propuesta al país por el entonces presidente Carlos Menem.

Catecismo nac y pop

La frase es maravillosa porque está diciendo que un país no se hace grande con discursos y con letanías nacionalistas sino con hechos concretos, con generación de trabajo, con ascenso social, con dar igualdad de posibilidades a la hora de la educación, y sacando de la pobreza a millones de personas.

Todo eso no se puede hacer sólo viviendo con lo nuestro, máxime en este mundo actual donde todo está fuertemente conectado, sino que debe hacerse también con la inversión extranjera, que debe estar debidamente auditada y exigida, pero a la que también se le deben respetar los contratos y las reglas de juego.

Cristina nunca nos anotició en su primera administración que algo malo estaba ocurriendo con la YPF españolizada vía Repsol. Es más, su súper ministro Julio De Vido saltaba como un resorte cuando alguien osaba cuestionar el gerenciamiento que venían haciendo “los gallegos”.

Por cosas como éstas es que la Argentina tiene la bien ganada fama de que aquí las reglas de juego son cambiadas incluso dentro de gobiernos del mismo signo político.

Baste repasar los saltos conceptuales de Menem o de los Kirchner en menos de una década.

Tanques o chips

Reitero la cita de Néstor: “No hay nada más soberano que conseguir inversiones”.

La soberanía es un concepto que hoy excede tener tanques de guerra o ejércitos numerosos.

La creación de un chip milimétrico le puede dar más soberanía a un país que los más grandilocuentes discursos.

Antes la soberanía era demarcar fronteras e hinchar el pecho en las fiestas patrias.

Hoy es un concepto complejo que está más vinculado a la generación de conocimiento y al reparto de la riqueza que a cantar himnos a grito pelado, aunque los himnos y las banderas sigan teniendo su fuerza mítica.

Gracias, ya dimos

Vea, si no, lector, algunas de las cosas por las cuales uno desconfía de los que nos quieren vender el firmamento nacionalista.

Los militares alzados contra la Constitución tenían objetivos pero no plazos para “limpiar” la política argentina. Pero terminaron dejándonos un aquelarre de sangre, muerte torturas y censuras. Además de un país desindustrializado y endeudado hasta el cuello.

La guerra de las Malvinas, que iba a ser el súmmum de la épica argentina en el siglo XX, era en realidad el manotazo de ahogado de una dictadura que hacía agua en medio de las mafias de la interna militar.

Sigamos, hay para todos

La patria socialista de los montoneros, en cuyo proyecto creyeron con fervor y convicción miles de jóvenes argentinos, fue infectada por una dirigencia supuestamente esclarecida que no dudó en cometer las peores atrocidades no sólo contra el enemigo interno sino contra sus propios militantes.

La patria privatizadora de Menem tenía en principio algunas buenas razones para encararse. Las empresas estatales argentinas eran un muestrario de ineficiencia y corrupción.

Los argentinos padecíamos a diario el hecho de esperar años para poder contar con teléfono propio. O mirábamos con bronca cómo algunos guetos laborales, como los empleados de la YPF estatal, tenían prebendas que no poseía el resto de los trabajadores, incluidos muchos de la esfera privada.

La kermés de Carlos

En aquellos años de menemismo desatado, los vientos del mundo hablaban, como bien lo decía aquí en Mendoza el gobernador José Octavio Bordón, de “desestatizar la vida”.

Pero una cosa es establecer el concepto político de que no todo debía estar en manos del Estado y otra muy distinta rifar a mansalva y con contratos leoninos las empresas estatales, como hizo en muchos casos el menemismo.

Mudanzas sospechosas

Uno puede cambiar de opinión en la vida. Y muchas veces es signo de crecimiento.

Pero lo que está pasando con respecto a los avatares de YPF es demasiado grosero.

Que el senador nacional Carlos Menem diga ahora que va a votar a favor de la reestatización de YPF, cuando él está ya registrado como el más guarango privatizador de la historia reciente, es cuanto menos algo sospechoso.

Hasta hace unos meses Menem militaba en el antikirchnerismo. Sin embargo nunca nos advirtió, como hace ahora, de que los españoles se estaban llevando la plata sin reinvertir aquí.

Maleta de loco

Un país no puede andar saltando cada cuatro años de rumbo ideológico. Hay líneas directrices, políticas de Estado que se deben mantener para ofrecer credibilidad.

Ayer era una cosa, hoy se hace lo que manda la nueva estrella del firmamento kirchnerista, Axel Kiciloff, ése que en el Congreso explicó su plan reestatizador de YPF llamando “payasos” y “tarados” a los que atinaron a poner reparos

A Francia la gobiernan alternativamente socialistas y liberales. No obstante, ¿alguien puede dudar de que hay una política francesa que todo el mundo sabe de antemano cuál es?

El Adolfo y la Hebe

En caso contrario pasa esto de que un día nos quedan las palmas rojas de aplaudir el default dispuesto por un personaje como Adolfo Rodríguez Saá y al otro día nos lamentamos por la falta de inversión extranjera.

O de que nuestros gobernantes impongan en la agenda política el respeto por los derechos humanos como política de Estado (lo cual está muy bien y lo aplaudo) pero que luego ese asunto de interés nacional quede reducido a tener de comparsa y de claque a esas organizaciones en todos los actos oficiales e, incluso, en el reparto sospechoso de millonarios fondos para que Hebe construya casas.

Las “gestas patrióticas”suelen pecar de ser sólo cáscara.

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