Cristina estuvo en el país de las maravillas, y su viaje fue azaroso. Sus dos incursiones universitarias en Georgetown y Harvard no tuvieron un final feliz. Y otra vez fueron las redes sociales donde el tema explotó y fue ese el ámbito donde tuvo lugar lo más intenso de la controversia que la actuación de la Presidenta generó.
Por supuesto que el tema es una materia opinable, quizás más que ninguna, y en ese sentido son claras las posturas de quienes respaldan la performance de Cristina Fernández y sienten orgullo por su conducción, pero no menos claro es el hecho de que cada vez hay más personas que reclaman un giro hacia la moderación desde el oficialismo. No fueron pocos los que abiertamente dijeron sentirse avergonzados por las respuestas que dio la primera mandataria, por su tono admonitorio y por el trato hacia los alumnos que le hacían preguntas, sin considerar sus desafortunadas expresiones sobre los alumnos de La Matanza u otras afirmaciones que se le cuestionan.
Los números de internet hablan por sí solos. Mientras que la incursión en Georgetown tuvo 6.534 menciones en las redes, la de Harvard tuvo 14.569. Georgetown provocó 2.341 retweets, mientras que Harvard llegó a 5.127 y las interacciones de una y otra fueron 1.563 y 4.923 respectivamente. La real dimensión del impacto aparece cuando se ven las cifras de la cantidad de visitas que tuvieron.
La primera conferencia tuvo 17 millones de visitas, mientras que 28 millones de usuarios se conectaron para ver la de Harvard. Eso suma más gente de la que vive en el país. Internet ardió con Cristina y el saldo no fue positivo.
Más allá de las declaraciones que algunos funcionarios hicieron, intentando demostrar que todo había sido una operación del multimedios Clarín, porque era ostensible que muchos de los alumnos que le preguntaban leían las preguntas de sus celulares y por eso se dijo que esos mensajes habían sido escritos por “dos o tres periodistas”, es claro que en el entorno presidencial existe preocupación porque el impacto negativo sobre la figura de la Presidenta fue evidente.
Los corresponsales contaron que la mandataria se retiró molesta del lugar.
El hecho de que los alumnos leyeran, algunos con dificultad, las preguntas de sus celulares no implica que haya habido una operación, algo altamente improbable en el contexto de las universidades norteamericanas, aunque no imposible, es cierto. Pero esos mensajes, en vez de haber sido escritos por Lanata, para nombrar a la Némesis actual del Gobierno, también pudieron ser escritos por los padres, o los propios compañeros de esos alumnos, incluso por ellos mismos, como una forma de no confundirse a la hora de preguntar. Pretender minimizar los dos eventos y descalificarlos porque no fueron favorables a la Presidenta es el peor error que el Gobierno puede cometer.
Porque es muy notorio que el clima de malestar alcanza a una franja cada vez más amplia de la sociedad argentina, ya no importa si son muchos o pocos. Importa que son cada vez más. Y estos dos episodios no han servido para menguar esa tendencia.
Como dijimos más arriba, muchos son los reclamos que se le hacen al Gobierno, pero quizás el denominador común de todos ellos sea el pedido de virar hacia un perfil de liderazgo más moderado, más respetuoso de la opinión diversa y sobre todo más integrador, no tan faccioso. Y allí quizás esté la clave de la hora.
Es demasiado evidente que aquel 54% de los votos que obtuvo hace un año ya no la acompañan. No menos evidente es que ese fragmento de la opinión pública tampoco se ha trasvasado a la oposición de manera automática. Está vacante, no tiene dueño y ahí nace el nuevo debate.
¿Quién será el que pueda encarnar ese nuevo liderazgo que se pide? No faltan candidatos, pero tampoco son tan numerosos y sobre todo, ninguno tiene tampoco el perfil que pide la coyuntura. Scioli y De la Sota han demostrado que se puede sobrevivir “a la intemperie” sin estar debajo del paraguas de la Casa Rosada.
Sergio Massa en Tigre también es otro ejemplo de la misma situación. Sin embargo falta mucho todavía para que ellos y algunos otros puedan constituirse en opciones serias y confiables. El punto es que necesitamos más diálogo en la Argentina de hoy y eso es un imperativo para toda la sociedad, no solamente para la clase política. La actitud facciosa, fragmentaria y acérrima ha demostrado que ya no sirve para construir.
El kirchnerismo ha construido su espacio por ese camino, pero lo citado más arriba demuestra que hoy eso resta, divide y necesitamos sumar y multiplicar.
Necesitamos integrar una Nación, reconocernos todos como parte de la misma y no vernos como propios y extraños, según sea la opinión que se tenga. Podemos ser todos parte de lo mismo. De hecho lo somos, pero pareciera que no queremos o no podemos reconocernos como tales. Es imperativo pacificar la disputa, bajar la tensión, moderar las posturas para construir un nuevo camino. Quizás la imagen que daba Perón de su movimiento cuando decía que era como una gran avenida que tenía distintos carriles, pudiera sernos útil. No estaría mal que pudiéramos ir todos en una misma dirección aunque por andariveles distintos sin que eso signifique que sea obligatorio ser peronista. Ser todos argentinos sería el ideal. Y tener la democracia como herramienta para transformar la realidad.
También necesitamos construir una mejor ciudadanía y para eso es fundamental el aporte del hombre común. Una pregunta que muchos se hicieron después de la incursión norteamericana de nuestra presidenta es por qué allá Cristina aceptó lo que acá no permite: un interrogatorio sin condiciones previas. La respuesta es bastante sencilla. Allá no se puede evadir esa responsabilidad. La ciudadanía no tolera eso. Aquí sí.
Y para construir ciudadanía no basta con cacerolazos, sin perjuicio que estas manifestaciones sean muy aptas y saludables para expresar pareceres del pueblo. Lo que necesitamos es involucrarnos en la construcción de un nuevo paradigma. Para el país, para la política y para la sociedad.
En lo que refiere a la política, necesitamos entender que los partidos son las herramientas que la Constitución nos otorga, por lo tanto no se los puede descartar. En todo caso, hay que recuperarlos. Se dice que en ellos no hay espacio para la renovación, pero aceptar eso es desconocer lo más básico.
En política no existen espacios vacíos y nadie los regala, porque cuesta mucho construirlos. Hay que ganarlos con militancia, con compromiso, con ideas claras y con liderazgo. Esa quizás sea la tarea suprema de la ciudadanía hoy. Entender que la política nos pertenece, que no somos ajenos a ella. Nuestra historia ya nos ha demostrado que para esto no hay caminos alternativos. Como dice la sabiduría popular, hay una sola forma de hacer las cosas bien.
Nosotros, que nos mostramos tan incapaces de conseguir consensos y de ponernos de acuerdo en algo, al menos hemos llegado a un punto en el que la mayoría de los argentinos aceptamos una suerte de pacto implícito. Aceptamos la democracia como la mejor forma de gobierno. Ya no queremos otras.
Quizás ese sea un buen punto de partida para empezar a transitar ese camino que nos encuentre a todos con un destino común, respetando las diferencias.