Por Emilio Luis Magnaghi
“El pensar que derriba prejuicios”. Esta reflexión me surge después de haber leído el último libro de Jorge Castro, titulado La visión estratégica de Juan Domingo Perón (Distal). El autor del libro reivindica la figura de Perón desde una perspectiva hasta ahora oculta para muchos, pero que sería de gran utilidad tenerla en cuenta para armonizar tanto las ideas como los sentimientos, en estos días de discordia y de disenso político que produce una imposibilidad de pensar más allá de las propias conveniencias partidarias.
Y se me ocurre también, después de hablar con algunos de los hombres que, a mí entender, describen con mayor acierto la evolución que ha tenido, a lo largo de la historia, el pensamiento político y estratégico de nuestro país, que les es posible hacerlo, porque en su memoria y su razón no están instaladas las barreras que muchas veces impone el pensamiento lineal de la ideología o el egoísmo sectorial. O será que su enorme capacidad de reflexión ha derribado ya para siempre esos prejuicios.
Pienso en el egoísmo que ha caracterizado –y caracteriza– a la política argentina en los últimos años, no sólo en lo que se refiere al rescate de lo bueno que pueden haber hecho figuras como Perón, Balbín y el propio Alfonsín, sino también en la negación de todo aquello que los argentinos merecemos rescatar. El pensamiento político y estratégico nacional es una de esas cosas.
Las herramientas
La habilidad política no consiste sólo en derrotar al adversario circunstancial en la contienda electoral. La habilidad política consiste fundamentalmente en construir la unidad nacional, alinear objetivos, agrupar voluntades. Las herramientas más útiles son las políticas de Estado y de ellas hemos carecido casi por completo. Me refiero a los gobiernos democráticos. De lo otro ya se ha hablado bastante.
He recibido comentarios sobre mi anterior artículo, en el que puse de manifiesto la buena política del gobierno nacional en 1947 con respecto al TIAR y de cómo creo que hay que aprovechar esas “buenas políticas” en beneficio del país y de la región. Mi sorpresa fue que, a pesar de ello, algunos –sólo algunos– de mis amigos peronistas fueron menos condescendientes que mis amigos radicales.
La integración regional es un desafío mayúsculo. Como objetivo es tan trascendente que no admite ideas chiquitas, actitudes mezquinas ni berrinches partidarios. Para poner en marcha esa formidable empresa es necesario pensar en grande, como lo han hecho otros hombres en otras oportunidades en que, también, fue necesario recurrir a la unión como paradigma y al coraje como única opción, a fin de salvar grandes obstáculos que la historia le planteó al país.
Cuando Jorge Castro dice que “lo más importante del pensamiento de Perón no es ideológico sino estratégico”, nos pone en un brete –y es bueno que lo haga– porque debemos saber diferenciar entre lo ideológico y lo estratégico. Y esto para los argentinos y los americanos del sur no es una tarea sencilla. Para ello debemos comprender en qué medida somos capaces de tener pensamiento estratégico y en qué medida tendremos el coraje de superar la ideología.
No se alcanzan objetivos ni se superan los problemas con ideología, la ecuación “política más ideología” es un callejón sin salida. La ideología acota las perspectivas y, con ello, las expectativas, porque produce una visión en túnel, una visión restringida.
La visión de querer llegar a la integración regional sólo con aquellos que profesan la misma ideología es acotada y corta y, hasta me atrevo a decir, que es mezquina. Acotada porque excluye a los otros y corta porque dura hasta que la ideología disponga del poder. Lo mezquino –consecuencia de lo primero–, porque excluye del proyecto a quienes necesitamos que formen parte del mismo.
Tal vez haya tenido razón Perón cuando propuso, como paso inicial, un objetivo estratégico primario pero fundamental, el llamado “ABC” (Argentina–Brasil –Chile), como camino hacia la integración regional. Si debemos hacer honor a la buena política, que siempre debe estar acompañada de estrategia, deberíamos analizar esta posibilidad.
La ecuación que sirve
La ecuación que sirve y que les ha servido a los ganadores a través de la historia es: “política más estrategia”. Saber adonde queremos llegar es el arte y la ciencia de la política. La estrategia es el arte y la ciencia de encontrar el camino correcto es salvar los obstáculos; es persuadir, disuadir y seducir. El objetivo político está en la meta, el objetivo estratégico está en el camino correcto a recorrer. Cuando encontramos ambas cualidades en un solo hombre, estamos frente a un estadista, un político con mayúsculas.
Hoy más que nunca necesitamos este tipo de políticos. Estamos intentando no sólo buscarlo, nuestra tarea debe ir más lejos: debemos pensarlo. Porque el acto de pensar estimula la búsqueda del disenso, del intercambio de opiniones y, principalmente, el deseo sincero de ser convencido a cambiar de opinión.
Vamos a hacerlo aunque en ello debamos empeñar mucho esfuerzo, porque tenemos la convicción de que se puede y, principalmente, porque no creemos que debemos pedir permiso para pensar.
*Emilio Luis Magnaghi es director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana