Los ingleses han dado un paso para restaurar la cordura en las escuelas, algo que aquí vienen prometiendo todos los gobernadores de la era democrática.

Un touch de sensatez británica

Por UNO

Hubo una época en que las "señoritas directoras" de las escuelas eran una institución. Se lasrespetaba. Se las valoraba. Eran generadoras de civilidad. Y su labor –y las de sus maestras– era

uno de los principales eslabones para ayudar en el ascenso social de los más pobres.

Hoy, salvo excepciones, el trabajo de la directora de escuela está devaluado. Ya no son

referentes sociales como antes. Son víctimas de trabas y de burocratismo. Tienen miedo de actuar,

les falta poder de decisión.

Y, encima abundan el pibe o la piba adolescente que no temen trompearla si esa directora ha

cometido el delito de llamarles la atención o amonestarlos. También hay que decir que no faltan las

directoras que han sucumbido por su propia inoperancia. Que de todo hay en la viña humana.

Pero, por lo general, ministros y supervisoras las ahogan con papelerío. Y la política

educativa, con marchas y contramarchas.

Bajo el apotegma "¡Guay de que alguien me mire feo al nene!" muchos padres de alumnos las han

convertido en víctimas propiciatorias de cualquier dislate en favor de ese nuevo reinado social que

detentan sus vástagos.

Haz lo que yo digo

En los últimos 25 años todos los gobernadores han prometido en Mendoza restaurar la autoridad

perdida de las directoras y docentes, pero ninguno ha tenido el éxito esperado. Ni siquiera Bordón,

que fue quien mejor expuso la necesidad de rescatar la figura social de esas mujeres (y de esos

escasos varones) que están al frente de las escuelas.

El discurso con el que el gobernador Cobos terminó de enamorar a la clase media fue aquel que

dio frente a la Casa de Gobierno el día que asumió. Allí aseguró que uno de los objetivos centrales

de un buen político debía ser restaurar las lógicas y razonables jerarquías que deben existir en

las escuelas.

¿Permiso para pegar?

Una de las noticias más comentadas que ha generado Europa en estos días ha sido la decisión

del gobierno de Inglaterra de comenzar a frenar con acciones concretas el descalabro de la

disciplina en las escuelas secundarias británicas.

Los ingleses pasaron de un régimen autoritario (en el pasado), que incluso permitía algunos

castigos físicos, a otro que ponía a los docentes contra las cuerdas, limándoles la autoridad, a

tal punto que por paranoia se difundió una ley no escrita por la cual lo mejor era no tener "

contacto alguno" con los alumnos.

Por ejemplo, si dos estudiantes se estaban trompeando dentro del aula, los profesores no los

tocaban ni separaban porque eso, decían, les podía traer más problemas que los que querían frenar

(¿le suena, docente de Mendoza?).

Raras coincidencias

Tras un fuerte debate social, en el que han coincidido tanto el gobierno inglés como el

poderoso sindicato que agrupa a los profesores, los británicos han llegado a la conclusión de que

hay poner un poco de cordura y sentido común a este desvarío.

Un desvarío que, muchas veces, es apañado por (suponemos) bienintencionados sociólogos e

investigadores de la educación, cuyas ponencias vienen dando resultados contrarios a los esperados.

Por caso, en nombre de la inclusión del adolescente en el sistema a como dé lugar, esta

movida les ha facilitado a muchos alumnos hacer lo que se les ocurra y ha influido para que

docentes y directoras retrocedan, apostrofados además por una parte de los padres culposos.

Piedra y revuelo

¡Qué es lo ha causado tanto escándalo ahora?

El gobierno inglés les ha dado aval a los docentes para que puedan hacer "un uso razonable de

la fuerza" en casos específicos.

¿A qué le llama "fuerza" el gobierno británico? A que, por ejemplo, si hay alumnos

trompeándose, el profesor pueda intervenir para separarlos, cosa que hasta ahora no podían

concretar porque nadie se animaba a tocar a un estudiante. La consigna era "no hay contacto alguno".

El ministro de Escuelas de Gran Bretaña, Ed Balls, ha distribuido entre los docentes una guía

sobre el "uso razonable de la fuerza en la escuela".

A partir de ahora si un chico inglés está lastimando a otro o si se encuentra rompiendo

bienes de la escuela y no responde a ninguna orden verbal para frenar su accionar, el profesor

podrá tomarlo de un brazo y sacarlo fuera del aula. Nada más que eso.

La "Blas" de ellos

La propia secretaria general del gremio docente británico, Christine Blower, ha afirmado que "

el plan no tiene nada que ver con castigos físicos, sino con la contención para prevenir la

violencia física".

Ocurre que los docentes de ese país están cansados de ser víctimas de ataques por parte de

los alumnos y de estar imposibilitados de actuar.

Luces de alerta

En la Argentina ya han sonado voces de alarma sobre el caso inglés. Sociólogos y

especialistas en educación de estas pampas han advertido sobre los supuestos peligros que encierra

el que los docentes vuelvan a tener la posibilidad de ejercer "contacto" para separar a dos chicos

que se están matando a golpes o para evitar que algún jovencito muela a patadas la estufa de su

aula.

Ni vara ni maíz

Algunos de los estudiosos de esta temática que ahora polemizan con la decisión inglesa, y que

preanuncian poco menos que una vuelta a la época de la vara y de los maíces bajo las rodillas, no

se rebelaron con la misma fuerza cuando los alumnos –avalados por sus padres– ganaron el espacio

escolar e hicieron retroceder a las autoridades.

Sólo se animaron a justificarlo diciendo que los alumnos no hacían más que mirarse en el

espejo violento que existe en la sociedad.

Sin resignación

Es imposible no compartir el ideario que indica que la escuela es uno de los mejores ámbitos

para enseñar el diálogo y el consenso. Aunque no el único: el otro es la casa.

También es cierto que lo peor que nos puede pasar es aceptar resignadamente que la relación

habitual en los colegios sea la violencia.

Lo que no compartimos con algunos especialistas es esa visión de que recuperar el respeto a

las jerarquías implique necesariamente una forma de violencia.

Es como si se dijera que los padres que educan a sus hijos y les ponen límites son gente

violenta.

La educación social, por así llamar a la que se recibe en las escuelas, tiene que enseñar los

valores democráticos, el diálogo y la tolerancia, pero no puede ser transversal a la hora de

definir políticas. Cada decisión que se tome no necesariamente tiene que ser consultada y debatida

con los alumnos.

Eso no ocurre ni siquiera en la vida institucional y política. "El pueblo no gobierna ni

delibera sino a través de sus representantes", manda nuestra Constitución con sabiduría

antianárquica.

Lo mismo podría decirse en el ámbito educativo: "Los alumnos no gobiernan ni deliberan sino a

través de sus directivos escolares y de sus padres". Lo cual no quiere decir, de ninguna manera,

que no se los escuche o que no se les brinden formas de hacerse oír.

Es cierto que hay que cuidar que ninguna forma de violencia se instale en las aulas. Pero ya

es hora que el péndulo vuelva al centro.

Entendemos que eso es lo que están pidiendo los ingleses cuando sus docentes y autoridades

deciden darse un baño de sensatez.