Las personas, cuyos antepasados vinieron de lugares donde la ganadería podía mantenerse de forma segura, como en Europa, desarrollaron la capacidad para digerir la leche. Los que vivieron en climas calientes o muy fríos o donde había una mortalidad de ganado muy elevado como ocurría en África o en Asia no acostumbraron a sus sistemas digestivos porque dejaron de consumirla.
De alguna manera, la evolución cultural, en este caso la domesticación del ganado, guió la evolución biológica humana.
Los investigadores estudiaron la intolerancia a la lactosa en 270 poblaciones africanas y euroasiáticas desde el sur de África hasta el norte de Groenlandia. Encontraron que el 61 por ciento de las personas estudiadas eran intolerantes, con un rango tan amplio que oscilaba entre el 2 por ciento de Dinamarca y el cien por cien de Zambia.
Aunque si todo es una cuestión de latitud y temperatura, ¿cómo podía haber trece poblaciones tolerantes que vivían cerca de otras que no lo eran en algunas partes de África y Oriente Medio? La explicación más probable a esta paradoja es el nomadismo, según los autores de la investigación. «Esos grupos que pueden beber sin problemas la leche eran nómadas que se movían estacionalmente para encontrar el forraje adecuado para sus ganados», explican.
Fuente: abc.es