"Escoleosis", la columna torcida de Ariel Robert
"Escoleosis", la columna torcida de Ariel Robert
Enfático dijo el intendente: yo soy de derecha. La frase no es completa, pero sirve para la reflexión pretendida.
Se pronunció en privado y reservando el off the record -por lo cual mal haría en aportar otro dato- . Algo que parece tan simple, lo complicamos. No recuerdo haber escuchado una declaración así en ámbitos públicos, aquí en Argentina, durante años. Tampoco de boca de la persona aludida. A propósito podría conjeturar, o al menos suponer, que lo que se declama en privado no se reconoce en ámbitos públicos. Es comprensible. Es difícil en nuestro país ser tan contundente ya que la derecha no goza de buena fama. Motivos sobran pero faltan argumentos.
Las disquisiciones sobre la ideología provocó lo más lesivo para la política: excluyó a gran parte de la sociedad y a los individuos de la cosa política. Ser de izquierda puede acarrearte problemas personales y familiares. Adscribir a la derecha puede estigmatizarte como deshumanizado y los cuestionamientos morales suelen ser más severos que los físicos. Dije severo, no doloroso.
Así como en el siglo 19, la fecunda e ilustrada obra de Kant, aportó desde Alemania la discusión filosófica más profusa y fecunda del occidente, con exponentes de la estatura de Hegel, pasando por Nietzsche, Marx , Husserl y Krause entre otros muchos, en las últimas décadas del 20, ganó el centro de la escena un norteamericano de ascendencia japonesa, Francis Fukuyama, desde una modestia filosófica alarmante. La justificó haciendo una elipsis interpretativa de Hegel más que caprichosa.
La contribución del politicólogo de Chicago fue impresionante. Impresionante porque luego de publicar un artículo -casi ofensivo para las escuelas hegelianas- el texto se extendió a libro y debieron imprimir millones de copias del ejemplar. Se vendieron como pan caliente en un mundo celíaco. "El fin de la historia y el último hombre". Ensayo que concluye en que las ideologías habían sucumbido. Tautológico. Junto al muro, según este concepto, se había desplomado toda posibilidad de disenso. Las ideologías carecían de destino, asevera este profesor. Todo se resume a la economía. La supresión del pensamiento, de los debates y de las utopías, como decreto inexorable. Supresión impuesta por la aritmética de los billetes. Una concepción en apariencia desideologizante, cuyo propósito es extremadamente ideológico. Invita a la admisión -sin discusión posible- de la hegemonía. No sólo elimina matices, sino todo color, e inclusive el negro.
La tensión derecha-izquierda, según este doctor, desaparece y el mundo no queda manco, sino que -como el planeta- sólo puede girar en un sólo sentido. Perduran las extremidades, pero: todos a la derecha.
Este fenómeno empujó a muchos pensadores lúcidos del liberalismo, a ocultar su posición por pudor intelectual. Y sólo se atreven a declamar los beneficios de lo diestro aquellos que se paran en el extremo, que más que gente de derechas son intolerantes y egoístas, cuando no xenófobos. El beneficio de éstos últimos es que garantizan que aunque sean criminales, jamás serán caníbales, simplemente porque el otro, hombre o mujer, les provoca asco. Repulsión a lo diferente. Odio a la piel ajena, desprecio al prójimo.
La ideología no es mala, ni está perimida y no es sano disfrazarla o esconderla, el riesgo es que exige coherencia.
Eso de simular las diferencias ,daña. Anula el compromiso y degrada la palabra. Tanto como pensar que los individuos que conforman una sociedad son idénticos y todos juntos conforman una entelequia, informe, carente de auténticos derechos, pero también de deberes ineluctables, eso que los dirigentes suelen mencionar con tanta ligereza como "la gente", es porque se están refiriendo a nosotros, que pensamos y sentimos de modo heterogéneo.
Transitamos una época en Argentina en la que sería propicio repensar esto de los lugares.
Según las encuestas, hoy, las preferencias posicionan en los tres primeros lugares a dirigentes que provienen de la derecha. Y esto no significa en sí mismo algo malo o bueno. Pero es indicativo. Mientras todos visten con ropaje progresista, la mayoría trae de la cuna y de la escuela un perfume liberal.
Deberíamos al menos saber si prefieren manejar en Japón, la India o Inglaterra, países que transitan con sus autos por la izquierda, cuestión obliga a llevar el volante a la derecha. O serán avezados conductores en estas extensísimas, generosas pero también deterioradas rutas argentinas.
Por más esfuerzos que hagan por sepultarlas, las ideologías están vigentes. Si hasta en la elección del tránsito, una sociedad se manifiesta. No todo el mundo piensa lo mismo. Pensar diferente requiere un esfuerzo, y expresarlo sin máscaras, toda una decisión. Por izquierda o por derecha, como en el tránsito, lo esencial es que haya señales claras y gente dispuesta a cumplir lo acordado.