Recuerdos del Muro

Por UNO

El 9 de noviembre de 1989 fue un día que el mundo recordará para siempre. Y es que, luego de 28 años divididos, el Muro de Berlín fue derrumbado hasta desplomarse, para la alegría de los miles de alemanes que salieron a festejar este acontecimiento que marcaría la historia occidental.

Su derrumbe llegó de la mano de la apertura de fronteras entre Austria y Hungría ya que cada vez más alemanes viajaban para pedir asilo en las distintas embajadas de la República Federal Alemana. Esta situación provocó enormes manifestaciones en Alexanderplatz que llevaron al gobierno alemán a afirmar que el paso hacia el oeste estaba permitido.

Desde ese año, el muro que dividió a familias enteras, se transformó en un gran atractivo turístico. En 1990 pude ver de cerca cómo esos años de separación influyeron en la vida cotidiana, en el desarrollo económico y cultural.

Las calles y edificios de la parte oriental (soviética) parecían congelados en el tiempo, con un subte de madera que apenas funcionaba, mientras que del otro lado, el occidental, Berlín hacía alarde de su modernidad.

Con solo caminar unas cuadras y cruzar el lugar donde estaba la larga pared, uno podía ver autos antiguos, viejos, que se mezclaban con modernos Mercedez Benz.

Debajo de las Puertas de Brandeburgo, una de las más antiguas entradas a Berlín, se vendía pedazos del muro, a un precio accesible, en largos mesones donde además se exhibían fotos históricas, trajes militares, gorras e insignias soviéticas, entre otros elementos. Todo era parte de un festejo con aroma a libertad.

Para seguir incursionando en la historia, se podía visitar el Museo del Muro, que exhibía objetos que utilizaba los alemanes, para cruzar ese paso fronterizo levantado. Obviamente, después de un recorrido histórico, la idea fue tomar una cerveza y comer un buen chucrut.