Fue el primer ministro argentino del área. Erradicó epidemias e impulsó la reinserción de personas con enfermedades mentales.

Luchó para que la salud fuera derecho de todos

Por UNO

Su brillante carrera como médico, su dedicación a los pacientes y su capacidad de ejecución como ministro de Salud no fueron los únicos aspectos por los que Ramón Carrillo se destacó en sus 50 años de vida. Además de introducir la medicina social en Argentina, el neurocirujano fue conocido en todos los ambientes en los que se movió como un hombre honrado y fuerte. Una de las frases que lo definió, aseguran sus allegados, es: “De nada sirven las conquistas de la técnica médica si esta no puede llegar al pueblo”.

A pocos años de ejercer la profesión revolucionó conceptos fundamentales y se destacó por sus investigaciones científicas y su calidad de docente universitario, tarea que desarrolló hasta aceptar el cargo de ministro de Salud –el primero que tuvo Argentina– entre 1946 y 1954.

De hecho, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, Carrillo creó el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación, dejando clara la impronta social que quería dar a la cartera. Sus principios formaron parte de los criterios básicos contemplados por la Organización Mundial de la Salud, en especial cuando declaró a la salud como un derecho inalienable de los pueblos y obligó al Estado a garantizarla.

Entre las tantas actividades que desarrolló Carrillo, diagramó el primer plan de salud propiamente dicho que tuvo el país. Al constatar que faltaban camas en los hospitales, sobre todo en los del interior, en 9 años duplicó los lugares. Erradicó epidemias, como el tifus y la brucelosis, y redujo la mortalidad infantil de 90 por mil a 56 por mil.

Hizo mucho por la reinserción de las personas con enfermedades mentales. Incluso, en su propia casa hospedó a pacientes psiquiátricos e introdujo el concepto de la laborterapia. También inició un plan de “colocación familiar” ante el hacinamiento en los psiquiátricos.

PersonajeHabía un rasgo del Negro –como le decían sus amigos– que despistaba a muchos: su distracción a veces real y otras veces aparente. Cuentan que cuando Ramón era ministro llegó un día a la Argentina un científico estadounidense con un proyecto para crear un centro especializado para la atención de quemados. Ramón recibió al doctor Kirshbaum, quien comenzó a explicarle su proyecto y, en un momento dado, se dio cuenta de que Carrillo estaba como pensando en otra cosa. Ramón se incorporó minutos después y le dijo: “Usted será el primer director del Instituto del Quemado, cuya creación ya he decidido. Y discúlpeme si le pareció que no lo estaba escuchando”. A los 4 meses, el instituto ya estaba funcionando a pleno.

Otro episodio sucedió una vez que fue a visitar a su futura esposa, Susana Pomar, con su sobrino de 5 años y se olvidó al niño en el tren. Tuvo que salir rápidamente en un taxi, hasta que pudo rescatar al pequeño en la estación siguiente. Olvidarse el lugar en el que estacionaba su auto y darlo por perdido era otra prueba más de sus “lapsus”.

Murió pobre en BrasilEn 1954, Carrillo dejó la función pública, afectado por una enfermedad hipertensiva mal tratada. Debió viajar a Estados Unidos y se mantuvo alejado durante la Revolución

Libertadora que derrocó a Perón, que no le permitía volver al país por ser considerado un “prófugo”. En Estados Unidos trabajó en la empresa Hanna Mineralization & Co, que tenía un emprendimiento en Belem do Pará, Brasil, adonde fue destinado para atender a mineros.

Además de este trabajo, que le daba un sueldo que apenas le alcanzaba para vivir, colaboró desinteresadamente con el hospital y el leprosario locales.

El 28 de noviembre de 1956 sufrió un accidente cerebrovascular y el 20 de diciembre del mismo año falleció. Fue enterrado en el cementerio Santa Isabel de Brasil, hasta que repatriaron sus restos en 1972 y los llevaron a su provincia natal.

Luego de su muerte se encontraron notas, como máximas, en las que hablaba del valor de la solidaridad, la tolerancia, la verdad, la alegría, el conocimiento, la libertad, el amor, la fe, las utopías y la honradez.