La ciudad de Roma acaba de declarar la guerra a los turistas hambrientos que, empujados por la crisis o la prisa, aprovechan la sombra del Panteón para zamparse un trozo de pizza o convierten la escalinata de la plaza de España en un comedor con vistas. Desde este jueves y hasta el 31 de diciembre, comer en las calles del centro histórico de la ciudad eterna está rigurosamente prohibido. Según el decreto publicado por el alcalde, Gianni Alemanno, del PDL –el partido de Silvio Berlusconi--, a los infractores les puede caer una multa de entre 25 y 500 euros, aunque no ha trascendido si el importe depende del tamaño del bocadillo o de si se engulle con los pies a remojo de una fuente de Bernini.
Un decreto prohíbe a los turistas “beber, comer o cualquier forma de acampada” junto a las joyas arquitectónicas del centro histórico de Roma. Buscan resguardar a los monumentos.