La ira de sus millones de seguidores está centrada en Estados Unidos, sus símbolos y representantes.

La violenta guerra contra el Islam

Por UNO

El mundo islámico está en llamas y, al parecer, el blanco predilecto de la violencia desatada por millones de fieles seguidores del profeta Mahoma son todos los símbolos de Estados Unidos, incluyendo a las personas que los rodean. No han hecho excepciones con embajadores o voluntariosde todo tipo que están desparramados por este ancho mundo que habitamos.

La chispa que inició el incendio es un filme donde se ridiculiza de manera grosera la figura de Mahoma y su religión. Suponer que esto es así, sin más análisis de la situación, es como creer sin más que la Primera Guerra Mundial estalló porque un anarquista asesinó en Serbia al archiduque Fernando de Austria y el imperio, ofendido por la negativa de entregar al asesino, declaró el inicio de las hostilidades. Demasiado simple. Muy conveniente. Poco creíble.

Esa guerra terrible venía gestándose lentamente desde inicios del siglo XX. El asesinato en Sarajevo fue la excusa, la chispa visible. Las razones más ocultas fueron la puja por los mercados mundiales entre el Imperio Alemán y sus aliados contra la hegemonía que Gran Bretaña y sus aliados ejercían sobre buena parte del planeta.

Esa guerra costó millones de vidas, cambió el mapa de Europa y alumbró la revolución bolchevique en Rusia porque el imperio de los zares se desgastó en la contienda. También vio nacer a Estados Unidos como potencia mundial.

Hoy el mapa geopolítico cambió. Las fronteras no significan tanto como hace cincuenta años. El intercambio económico se globalizó. Los bolsones de marginación social y material son más visibles y sus actores padecientes pueden ver otras realidades con sólo acceder por unos minutos a internet.

De los movimientos socio-religiosos, el que tiene el mayor empuje de crecimiento en el mundo es el Islam. Se calcula que hoy hay unos 1.700 millones de seguidores del profeta Mahoma en el mundo. Y la cifra crece todos los días. Países alejados de la cultura árabe como Nigeria o Indonesia se han islamizado. Algo tiene esa doctrina que convence con tanta facilidad a tanta gente en el mundo. Sin embargo, la mayor potencia militar, estratégica y quizá económica, Estados Unidos, satanizó el Islam luego del ataque a las torres gemelas de Nueva York. La cruzada iniciada por George W. Bush contra países islámicos y contra seguidores de esa fe no tiene explicación alguna. Salvo la de tratar de encontrar un enemigo visible para atacar y saciar la sedde venganza luego del formidable cachetazo que el terror le había propinado en el centro del poder al campeón mundial de todos los pesos. De paso, quedarse con algún botín. El petróleo de Irak, las amapolas de Afganistán de las que se obtienen todos los opiáceos, el oro de Gaddafi que nunca apareció, el control del canal de Suez que estaba en manos de Mubarak, etcétera.

Pero volviendo a la guerra contra el Islam, algo pasó que no se entiende bien. Porque Osama bin Laden y sus amigos de la red Al Qaeda no son el Islam. Son terroristas. Algunos, como el líder supuestamente asesinado Osama bin Laden, entrenados y lanzados a estas aventuras paramilitares por Estados Unidos para combatir a sus otrora enemigos, los rojos de la Unión Soviética.

Bin Laden fue enviado a Afganistán para entrenar a grupos rebeldes que combatían al ejército rojo de ocupación. Cuando los rusos se fueron de ese agreste país y el control pasó a manos del talibán, Estados Unidos se olvidó de Bin Laden y lo dejó librado a su suerte. Con el tiempo, y mucho dinero, logró armar su venganza. Como se observa, el Islam no tiene nada que ver en todo este enredo.

Pero a George W. Bush le vino al pelo para ordenar ataques, ocupar espacios estratégicos y condenar a países enteros. Tanto odio y destrucción sembrados durante años sólo pueden generar una respuesta: violencia contra los símbolos del sembrador.

Hizo falta una sola chispa para encender el fuego. Hará falta un mar de calma y acciones positivas para apagar el incendio.