Ledwich muestra también con desoladora ironía cómo la imagen de la femme fatale desborda la esfera del glamour y la moda para invadir el terreno de la maternidad, como si la seductora y la madre (los arquetipos de María Magdalena y la Virgen María) se fusionaran –sin reconciliarse– en una mujer-frankenstein, producto de la técnica de un demiurgo que fiscaliza el cuerpo femenino incluso a nivel celular.
Si Primo Levi se preguntaba hace más de medio siglo Si esto es un hombre (con respecto a la experiencia de los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial), el trabajo de Ledwich podría utilizarse como predicado a la declaración sobre si esto es una mujer: un cuerpo cuya apariencia, medidas, funcionamiento, ciclos y expectativa de uso no es más que otro producto regulado por leyes cuyas órbitas de circulación se encuentran siempre de antemano trazadas; un cuerpo –un lugar imposible de conquistar, una utopía– que la mujer transforma según las pautas de su momento histórico y el patrón de belleza al uso.
Si el hombre –como especie– puede sobrevivir al campo de concentración y a la experiencia de la tortura y la destrucción de la dignidad, cabría preguntarnos si la mujer –como género– no está siempre de antemano encerrada en las premisas donde la sociedad decide que debe moverse. Como si de algún modo la mujer no pudiera salir de un campo de concentración que lleva consigo –en el espejo– a todas partes.
Fuente: Pijama Surf