La prueba de fuego de ser padres en verano y la llegada de los Reyes Magos

Por UNO
@jlverderico

Las vacaciones de verano son –más allá de las temperaturas ambientales– otra prueba de fuego para los padres que tenemos hijos en edad escolar.

Frases como “¿y ahora qué hago?” y “estoy aburrido” se multiplican como por arte de magia apenas después de haber terminado una que otra actividad que, equivocadamente, creímos que iba a dejarlos rendidos y satisfechos.

Tamaña voracidad no es para menos, sobre todo porque es consecuencia de una brusca desaceleración en cuanto a la cantidad de actividades curriculares y extracurriculares desarrolladas durante el año.

Es que de un momento para otro, como un dominó que se desploma en cada ficha, dejan de rendir pruebas y trimestrales, de ir al colegio y de estudiar algún idioma, y encima se les acaban –y se nos acaban– las prácticas deportivas.

Así, en un santiamén pasan del todo a la nada. Y nosotros, los padres, también. Y con eso, esas frasecitas, esas especies de torturas chinas “¿y ahora qué hago?” o “estoy aburrido”.

La colonia de verano asoma como una alternativa válida, pero sólo entre los 6 y los 9 años, porque a los 10 los pibes ya sienten que aprendieron todo lo importante que debían aprender y no quieren repetir la experiencia, sobre todo esa parte que los obliga (y nos obliga) a levantarse (levantarnos) tempranito en pleno enero para cumplir el ritual.

Ir a una pileta o llevarlos al cine o a comer algo pueden ser opciones interesantes, pero pueden dejarnos sin aliento a la hora de calcular un presupuesto de los llamados “gasoleros”.

Entonces, cuando creemos que todo está perdido, que no habrá nada que acalle sus ansias de diversión y entretenimiento, asoman esas dos figuras rutilantes de las cuales hemos intentado mantenerlos a prudente distancia durante gran parte del año que se fue, generalmente sin éxito: la compu y la bendita Play.

Jugar on-line o en red es una costumbre que se va afiatando en nuestros chicos, muchos de ellos considerados hijos y hermanos de la tecnología, que en todas sus versiones se ha metido en nuestras vidas para siempre (o al menos hasta que aparezca un nuevo modelito de celular).

Y pensar que nosotros, los de 40 y tantos, pasábamos nuestros veranos a pura Pelopincho, a pura bicicleta al rayo del sol o a puro fútbol y bicicleta en las siestas interminables. Y ni hablar de la TV por cable, que no existía: apenas había que conformarse con ver el 7 y el 9 después de las seis de la tarde y hasta la medianoche.

¿Llegaron ya?Mientras escribo, miles de niños se dedican a juntar el pasto y al agua para los camellos de los entrañables Melchor, Gaspar y Baltasar.

Y, justo ahora que usted está leyendo, miles de esos pequeños estrenan algún juguete desde temprano en la vereda de sus casas. Sin embargo, para muchos no todo será alegría. Y me refiero a esos chicos que perdieron a sus padres a manos de delincuentes. Entre otros, los hijos del médico Sebastián Prado y del taxista José Moreira. Para esos pequeños, el mejor regalo de Reyes sería terminar con la impunidad que sobrevuela esos casos judiciales y se relame cual ave de carroña.

Dedicado a Tiago y Juan, mis Reyes Magos.