Por José Luis [email protected]
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Las vacaciones de verano son –más allá de las temperaturas ambientales– otra prueba de fuego para los padres que tenemos hijos en edad escolar.
Frases como “¿y ahora qué hago?” y “estoy aburrido” se multiplican como por arte de magia apenas después de haber terminado una que otra actividad que, equivocadamente, creímos que iba a dejarlos rendidos y satisfechos.
Tamaña voracidad no es para menos, sobre todo porque es consecuencia de una brusca desaceleración en cuanto a la cantidad de actividades curriculares y extracurriculares desarrolladas durante el año.
Es que de un momento para otro, como un dominó que se desploma en cada ficha, dejan de rendir pruebas y trimestrales, de ir al colegio y de estudiar algún idioma, y encima se les acaban –y se nos acaban– las prácticas deportivas.
Así, en un santiamén pasan del todo a la nada. Y nosotros, los padres, también. Y con eso, esas frasecitas, esas especies de torturas chinas “¿y ahora qué hago?” o “estoy aburrido”.
La colonia de verano asoma como una alternativa válida, pero sólo entre los 6 y los 9 años, porque a los 10 los pibes ya sienten que aprendieron todo lo importante que debían aprender y no quieren repetir la experiencia, sobre todo esa parte que los obliga (y nos obliga) a levantarse (levantarnos) tempranito en pleno enero para cumplir el ritual.
Ir a una pileta o llevarlos al cine o a comer algo pueden ser opciones interesantes, pero pueden dejarnos sin aliento a la hora de calcular un presupuesto de los llamados “gasoleros”.
Entonces, cuando creemos que todo está perdido, que no habrá nada que acalle sus ansias de diversión y entretenimiento, asoman esas dos figuras rutilantes de las cuales hemos intentado mantenerlos a prudente distancia durante gran parte del año que se fue, generalmente sin éxito: la compu y la bendita Play.
Jugar on-line o en red es una costumbre que se va afiatando en nuestros chicos, muchos de ellos considerados hijos y hermanos de la tecnología, que en todas sus versiones se ha metido en nuestras vidas para siempre (o al menos hasta que aparezca un nuevo modelito de celular).
Y pensar que nosotros, los de 40 y tantos, pasábamos nuestros veranos a pura Pelopincho, a pura bicicleta al rayo del sol o a puro fútbol y bicicleta en las siestas interminables. Y ni hablar de la TV por cable, que no existía: apenas había que conformarse con ver el 7 y el 9 después de las seis de la tarde y hasta la medianoche.
¿Llegaron ya?Mientras escribo, miles de niños se dedican a juntar el pasto y al agua para los camellos de los entrañables Melchor, Gaspar y Baltasar.
Y, justo ahora que usted está leyendo, miles de esos pequeños estrenan algún juguete desde temprano en la vereda de sus casas. Sin embargo, para muchos no todo será alegría. Y me refiero a esos chicos que perdieron a sus padres a manos de delincuentes. Entre otros, los hijos del médico Sebastián Prado y del taxista José Moreira. Para esos pequeños, el mejor regalo de Reyes sería terminar con la impunidad que sobrevuela esos casos judiciales y se relame cual ave de carroña.
Dedicado a Tiago y Juan, mis Reyes Magos.