Por Malena PichotLa autora es columnista de la agencia Télam
Deberíamos abandonar los orgullos de género. No debería haber valor ni en nacer mujer ni en nacer varón.
Deberíamos abandonar los orgullos de género. No debería haber valor ni en nacer mujer ni en nacer varón.
Por Malena PichotLa autora es columnista de la agencia Télam
Hace unos años, el 8 de marzo, más conocido como “el día de la mujer”, me desesperaba. Me parecía indignante que nadie notara que este día no hacía otra cosa que evidenciar la desigualdad ancestral que existe entre el hombre y la mujer. Para mí el 8 de marzo solo seguía instalando a las mujeres como “lo otro”. Nadie parecía advertir lo ridículo de que te feliciten por ser mujer, por la tan aleatoria, arbitraria y casual realidad de ser mujer.
Fue mi madre quien un día me sentó y me explicó la importancia de tener aunque sea un solo día en el que los medios y la gente estén un poco más atentos que el resto del año a las cuestiones de la mujer trabajadora. Es que la lógica del consumo me había confundido a mí también.
Este veneno que me inundaba todos los años el 8 de marzo tenía un solo culpable, el mismo de siempre. El único culpable no es otro que el discurso hegemónico, que logra poner al lenguaje en contra nuestro constantemente, doblegándonos desde los mismos discursos estigmatizantes. El discurso hegemónico que logra desmantelar un día que busca resaltar la lucha feminista, para convertirlo justamente en todo lo opuesto a una lucha feminista. Es otra vez el discurso hegemónico con sus secuaces, los publicitarios, que logran igualar el día de la mujer con el día de la secretaria, con el día del animal o con el día de los enamorados, y en el que el día de la mujer se vuelve un uno ideal para vender más champú, más tostadoras y más días de spa.
Y uno de los centros de ese dispositivo es la publicidad, según la cual, el día de la mujer es un día en el que aparentemente estamos habilitadas a ser más mujeres que nunca. Y ser “más mujer” significa todo lo siniestro que el discurso hegemónico pueda postular sobre “el ser mujer”, o sea, ser más lindas, y para eso hace falta comprar más champú.
Las publicidades se llenan de supuestas cualidades propias de las mujeres, aprovechando este día para continuar la estigmatización. Grita una publicidad de crema: “Dicen que las mujeres argentinas somos las más lindas del mundo”. Desde el vamos, una lamentable interpretación que convierte al día de la mujer en un concurso de miss mundo, y luego prosigue: “Somos madrazas, independientes, soñadoras, transgresoras”. Todas cuestiones absolutamente relativas, que nada tienen que ver con una lucha que busca la igualdad de derechos en el ámbito laboral e inclusive los derechos sobre nuestro propio cuerpo. Y finaliza la canallada: “Se dice mucho de nosotras, pero así somos, mujeres argentinas, y queremos celebrarlo”.
Y entonces el día de la mujer deviene en la pavada sideral de celebrar el haber nacido mujer y mantener todos los valores propios de una mujer (¿ser madraza? ¿soñadora? ¿boluda?).
A mí no me enorgullece el haber nacido mujer ni haber crecido en Núñez, son todas eventualidades que no dependieron de mi proceder en lo más mínimo.
Un primer paso a la igualdad de género sería abandonar los orgullos de género. No debería haber valor ni en nacer mujer ni en nacer hombre. Y por otro lado, hay otras tantas mujeres que ya entendieron qué es el 8 de marzo, pero nunca le van a decir a su compañero de oficina :“Por favor, Hernán, este día no me felicites. No se trata de eso”, porque saben que la respuesta será: “Bueno viejo, no hay poronga que les venga bien”. Yo no soy complaciente y eso sí me enorgullece.
Lo cierto es que el 8 de marzo es el día de la mujer trabajadora y de la lucha feminista, el problema es que ser feminista no vende champú.