Por Manuel de Paz
Osvaldo Quiroga, padre de un joven asesinado, creyó que podía hacer “por derecha” lo que ya se hizo “por izquierda” con Videla
Osvaldo Quiroga, padre de un joven asesinado, creyó que podía hacer “por derecha” lo que ya se hizo “por izquierda” con Videla
Por Manuel de Paz
Osvaldo Quiroga es un hombre enardecido de dolor por el asesinato de su hijo Matías a manos de delincuentes que escapaban tras el frustrado robo a un camión de caudales frente a un supermercado de Godoy Cruz, en 2010.
Esta semana Osvaldo El Oso Quiroga cometió un acto político que no pasó desapercibido: descolgó el cuadro de Francisco Pérez de la galería de gobernadores de Mendoza que existe en la Legislatura.
Argumentó que el actual mandatario no merece estar en esa galería porque no hace nada para combatir a la delincuencia. Quiroga explicó que su accionar era un “simbolismo”.
Los semiólogos afirman que todo símbolo contiene “un relato”, una acción potente que dice mucho más que la acción concreta, en este caso mucho más que bajar un cuadro en una repartición pública.
La conexión básicaCualquiera que ha vivido unos cuantos años sabe que no hay en la vida un vínculo tan potente como el que une a padres e hijos. La lógica de esa ligazón asevera que por una ley natural los padres deben morir antes que los hijos.
Los hijos deben enterrar a sus padres. Lo contrario es como un ataque a un pacto que viene del comienzo de los tiempos.
En ese contexto puede entenderse mejor, por ejemplo, el calvario de las madres y padres cuyos hijos desaparecieron a manos del terrorismo de Estado en épocas de dictadura e incluso en etapas democráticas como el último tramo del gobierno de Isabel Martínez de Perón.
En el caso de los desaparecidos, el castigo es doble. El hijo ha sido asesinado pero no hay cuerpo para enterrar.
El caso HebeEn ese contexto uno podría entender, por ejemplo, ciertos exabruptos de Hebe de Bonafini.
Ocurre, sin embargo, que ya son tantos los desatinos que ha cometido amparándose en su tragedia familiar, que ella misma ha resquebrajado su prestigio.
De ser una dirigenta civil extraordinaria, una de las pocas que enfrentó a la última dictadura reclamando justicia para los desaparecidos, ha devenido en una mujer con los peores vicios de la política comiteril.
Plata quemadaCooptada por el kirchnerismo, Bonafini no sólo ha creído tener un salvoconducto para decir las peores barrabasadas contra la democracia (como cuando llamó a tomar por asalto la Corte Suprema de Justicia de la Nación, o cuando hizo aquellos juicios populares en Plaza de Mayo contra los periodistas críticos con el Gobierno) sino que, además, ha ingresado en terrenos de lo delictual y judicial, como con el desmanejo millonario de fondos públicos tanto en el programa de viviendas Sueños Compartidos como en el de la Universidad de las Madres, desquicio fabuloso de plata pública del que se tendrán que hacer cargo todos los contribuyentes.
Mala copiaOsvaldo Quiroga camina por una vereda conceptual muy distinta a la de Hebe. El le reclama a la política una reconsideración de la situación de las víctimas de la inseguridad, como así también del garantismo extremo en favor de los delincuentes.
En ese marco, Quiroga creyó que estaba haciendo “por derecha” lo que el kirchnerismo ya había hecho “por izquierda”.
Imitó al ex presidente Nestor Kirchner que bajó del Colegio Militar de la Nación el retrato del dictador Jorge Rafael Videla, pero se equivocó de cabo a rabo: el cuadro que bajó fue el de un gobernador elegido por el voto popular.
VeamosPrimero: No hay ningún punto de comparación entre Jorge Rafael Videla y Francisco Pérez.
El primero fue un sátrapa, un dictador desbocado que se alzó contra las instituciones y que llevó al país a un aquellarre de muertes y de libertades conculcadas.
A Pérez, más allá de la apreciación que se tenga sobre sus aptitudes, lo eligió para gobernador un sector importante del pueblo de Mendoza. Tiene una legitimidad contundente.
Además, es el mandatario de una provincia donde la mayoría de sus habitantes poseen la nobleza de respetar a los funcionarios, pero no por sus nombres o su prosapia, sino por lo que representan.Me explico: Pérez representa a “la institución Gobernador”.
Entonces, puede ser que sean mayoría los que no comparten cómo Pérez está llevando la gestión, o ciertos aspectos de ella, pero a nadie se le ocurriría negarlo o esconderlo bajando su cuadro de la galería de gobernadores de la Legislatura.
El ejemplo más concreto acerca de cómo los mendocinos respetan la decisión de la mayoría (e incluso como elaboran sus propios errores al votar) es el caso de Celso Jaque.
El malargüino, como si no fuera mendocino, lanzó una promesa de campaña que sabía que no iba a poder cumplir: bajar 30% los delitos en 6 meses.
En una provincia donde la máxima sanmartiniana de que aquí no hay imposibles es fuerte, se le abrió un credito que Jaque nunca cumplió.
Resultado: el pueblo lo despreció como a pocos gobernadores, pero nunca pidió su cabeza, e incluso tuvo la hidalguía de aceptarle las disculpas que Jaque salió a pedir públicamente cuando tomó conciencia del papelón que había hecho.
Quiroga, entonces, no bajó un cuadro. Ni un apellido. Descolgó una institución. Fue, sí, una simbología. Pero no la que él buscaba.