¿Cuánto sentido tiene recaer en la repetición de figuras tan convocantes como onerosas?

Festivales, festivales

Por UNO

Fiebre de festivales. Fiebre que provoca delirio, pero no tanto público como de los organizadores.Eso podríamos diagnosticar a propósito de la nutrida temporada que estamos viviendo en Mendoza.

Temporada que arrancó hace casi un mes y medio con la Fiesta del Chivo (Alejandro Lerner y Soledad,

entre los invitados), siguió con Rivadavia Canta al País (Jairo, Chaqueño, de nuevo Soledad), la

Tonada tuyunanina (Chaqueño otra vez, León Gieco, Luciano Pereyra) y continuó esta semana sin pausa

con cuatro festivales superpuestos: Americanto (en el parque San Martín), Fiesta del Camote

(Corralitos, Guaymallén), Festival del Jamón y el Pan Casero (Junín) y Festival del Pejerrey (El

Carrizal).

Los perfiles han sido diferentes, pero lo distinto entre cada uno es, ciertamente, parecido.

Uno se dedicó sólo a artistas locales, el otro a nombres nacionales resonantes, muchos repitieron

las figuritas. La respuesta popular fue importante, pero no en todos los casos: si Rivadavia y

Tunuyán lograron convocar a decenas de miles, el Americanto mucho menos y los demás, bastante

menos.

Y en esto último es donde conviene indagar un poco. ¿Cuánto sentido tiene recaer en esa

superposición y en la repetición de figuras tan convocantes como onerosas? Cierto es que el público

que vive en el Este prefiere que el Chaqueño les cante a la vuelta de casa que a 150 kilómetros.

Pero fuera de esa excusa a medias atendible (las jornadas de festival no sólo se pueblan de público

autóctono, sino del que viaja especialmente para presenciar los números), resulta una monotonía

saber que el Chaqueño, que tocó allá, toca mañana más acá y pasado mañana (por ejemplo, el 27 en el

Festival del Melón y la Sandía, de Lavalle) incluso más allá.

Monotonía y superabundancia, sumadas a la superposición (tres festivales durante el mismo

día) que provoca no sólo la posible merma de público aun cuando se trata de festivales gratuitos,

sino la pérdida de cualquier atisbo de identidad que pudiera tener cada festival. El caso de la

Tonada es testigo: aunque ya está asumida la mutación desde hace mucho, por las virtudes del éxito,

el festival no tiene sólo tonadas ni tiene muchas tonadas que digamos. A esta altura conviene decir

que de ningún modo la propuesta sería que dejen de realizarse tales festivales ni mucho menos. Pero

si lo que se busca es que el calendario vendimial se extienda por esta vía, con más razón hay que

programar entre todos los festivales sus propuestas, sus fechas y sus esencias. Dejando de lado,

claro está, egoísmos y "primereadas".