Es la hipocresía, estúpidos.

Por UNO

Escoleosis, la columna torcida de Ariel Robert

Está presente en demasiados hechos luctuosos. Ha vencido todos los diques que se edificaron para impedir su paso. Se introduce en cada estrato social, penetra fronteras que parecían infranqueables. De manera soterrada en las clases sociales más acomodadas y sin pudores en los barrios marginales, ella aparece. En una bolsita, en un cargamento, en un frasco, en un papel, en las playas, los escenarios, los clubes, en las zonas rurales de muchos países, en locales de esparcimiento de las grandes ciudades. Glamorosa en ocasiones, sórdida la mayoría de las veces. La droga está. En ámbitos artísticos, en competencias deportivas, en Wall Street y en el barrio en el que vivimos, la droga ilegal circula, se vende, se compra, se estira, se degrada, se envenena, se consume. La droga de uso ilegal persiste. Hay versiones para todas las pretensiones, excepto para quienes quieren esconderla de la realidad cotidiana.

Todo hace supone que la jeringa que pendía del brazo de Philip Seymour Hoffman contenía heroína. Un testigo manifestó que el conductor que produjo el impacto fatal en nuestra ruta siete , buscaba droga, y posiblemente estaba bajo los efectos de una droga sintética cuando emprendió su alocado y criminal trayecto. Ayer, no más, un asesinato en la localidad de Gobernador Gálvez en Santa Fé, y otro tiroteo en Rosario, vengando la muerte de un traficante. En México, en 2012, la cifra de muertes ascendía a 150 mil personas. Y no es que haya menguado o se haya amesetado la estadística , es que ya no hay tiempo de contar la cantidad de cadáveres, decapitados . Formidable negocio el de las drogas ilegales.

Así como este año recordamos el natalicio de Julio Cortázar, y en menor medida, de Adolfo Bioy Casares, podríamos también conmemorar un siglo de fracaso. Rotundo fracaso para impedir la difusión del consumo de drogas. Mercancía con una rica historia. Promotora, por ejemplo, de la guerra del opio, oportunidad que le dio pretexto a Inglaterra para apoderarse de Hong Kong. La droga con la guerra mantuvo y mantiene una muy estrecha relación.

El 17 de julio de 1971, el otrora destituido presidente de Estados Unidos Richard Nixon, dio un discurso en el que ubicó a la droga como el enemigo público número uno. Esta exclamación, esta declaración de guerra, no hizo más que suministrarle un carácter moral al flagelo. Se eligió para combatirla el modelo prohibicionista.

Se urdió una arquitectura institucional construida sobre la base de tres enormes organismos: La Comisión de Estupefacientes, compuesta por 53 países, la JIFE, que le da el perfil judicial y la DEA. Tan costosos como inocuos, si nos remitimos al presente.

Hasta hoy, los resultados en números demuestran que el camino elegido nos conduce hacia un acantilado. Más de trescientas millones de personas habitualmente consumen drogas y el volumen del comercio mueve 300 mil millones de dólares al año. Dineros que se lavan y depositan en paraísos fiscales, ya que no están contemplados en las cuentas fiscales. Los Estados como tales no participan del festín. Es la cadena de intermediación la que impone las reglas, como en la mayoría de las actividades económicas, con la diferencia que además de encarecer el producto , manipularlo, modificarlo y evitar los circuitos impositivos, matan. Y no me refiero a los consumidores, sino a los que se interponen en el negocio.

Influenciados por el cariz moral vemos la solución ideal en imposibles: que no se produzca más, que nadie más quiera consumir drogas. Pensamiento iluso que contribuye con el crecimiento exponencial de la fortuna y de los crímenes de los delincuentes involucrados en el negocio.

La contundencia de los antecedentes nos permite sostener que el prohibicionismo sirve sólo de máscara con ojos clausurados. Cada vez es más grande, grave y nocivo el fenómeno. Como contracara, las políticas que lleva adelante Holanda, las que implementa Bélgica, los ensayos en Suiza y el incipiente experimento de Uruguay son un indicativo .Menos violencia, cuidado sanitario, control de las substancias, sin dudas, los Estados deben participar. Como bofetada al pacato discurso de Estados Unidos, ahora Colorado y Washington despenalizaron la comercialización y se admite un consumo con fines recreativos. Sólo para la marihuana en estos casos. El médico Tabaré Vázquez, fue por más. El ex presidente y futuro candidato en el Uruguay, quiere avanzar con una legislación parecida también para la cocaína. Sin fanatismos y despojándonos de ignorancia, deberemos observar cómo seguirá esa línea, lo peor sería que volvamos a tropezar con otra piedra, muy parecida a la del alcohol, pero más dura.