Los efectos de un terremoto de magnitud 7 en la escala de Richter en una ciudad de chabolasson los esperados: muchas casuchas se han hundido, pero otras muchas se han mantenidosorprendentemente en pie, de modo que la calle principal (es un decir) de Cité Soleil mantiene algosu perfil de siempre: tiendas diminutas y cerradas, talleres sombríos de todo y nada, viviendas detres metros cuadrados, cientos de personas tumbadas sin hacer nada, un riachuelo inmundo que correa los márgenes y niños desnudos jugando con media botella de plástico a la que propulsan como sifuera un coche de carreras... Pero las chabolas se han agrietado tanto que los que malviven ahí prefieren dormir al raso,al lado de un montón informe de basura y del río citado, que dentro de la que hasta el martespasado fue su casa. Por otra parte, a muchas de las construcciones, enteras por fuera, se les hahundido el tejado de cartón o de uralita expulsando a sus antiguos habitantes de allí. Además, labrutal sacudida económica y social que ha sufrido la ciudad entera se ceba con los últimos de lacola. Bazile Pludic es uno de estos últimos de la cola: trabajaba, cuando podía, acarreando fardosen una fábrica de madera que ha cerrado definitivamente después de la hecatombe del martes. Pludicconfesó el lunes a las dos de la tarde que no sabía qué comerían él y su mujer en todo el día y quetenía hambre. -¡Tengo hambre!, repitió, de pronto, en voz alta, como para que le creyeran de verdad. En el ventanuco de una chabola cercana apareció el rostro de una mujer mayor, desdentada,sucia, que añadió: 'Todo el mundo aquí tiene hambre, tío'. ¿Vendrá algún tipo de ayuda humanitaria hoy? Alguien responde que en la plaza principal (es un decir) de este poblado, todas las mañanasllega un camión con comida. ¿Será francés? ¿Ruso? ¿Será español? ¿De Naciones Unidas? ¿Será de losmarines norteamericanos? La plaza está lejos. Se llega después de caminar entre miseria, casas torcidas, tiendas denombres raros como 'Es mi opinión', y gentes que a pesar de todo sonríen al paso del extranjeroantes de pedirle agua, dinero o algo para comer. La plaza es una vieja pista de baloncesto tomada por los más miserables de la ya miserableCité Soleil: gentes de este barrio que se han quedado sin casa, que no cuentan con familia en otraparte y que viven, literalmente, debajo de una sábana pinchada en un palo para que no les dé elsol. De pronto se adivina a lo lejos el famoso camión de la mañana, el de la comida. Es viejo ypequeño. Por descontado, no es de los marines. No parece francés, ni español, ni siquiera ruso. Esuna camioneta verde con 20 años encima, un hombre pequeño y sudoroso al volante y tres jóvenes enla trasera. Pintadas en la puerta hay unas letras: 'Misión de caridad La Koulade'. El del volantees el padre Cyril y los de atrás, tres muchachotes del barrio que ayudan a descargar. 'Son los de siempre. Ellos siempre nos ayudan, desde hace mucho tiempo, desde antes delterremoto. De los extranjeros no ha venido nadie todavía', dice una mujer. El padre Cyril explica las reglas: sólo un vaso de trigo por cabeza. -No hay suficiente. Ya lo sé. Usted que es periodista y extranjero, ¿no puede hacer algo? Ya le digo que esto no es suficiente. Un chico trepa a una suerte de escenario derruido con el saco y comienza a repartir lasdiminutas cantidades de comida a las decenas de personas que hacen cola con su vaso en la mano. Unhelicóptero impone silencio entonces al pasar petardeando muy cerca. Viene del aeropuerto, donde sesupone que a estas alturas están ya desembarcando los esperados marines, a los que toda la ciudadaguarda como reparadores de todo: delante de un edificio cercano hundido por el terremoto alguienha colocado un cartel en inglés: 'Bienvenidos, soldados americanos. Necesitamos ayuda: en esteedificio hay cadáveres dentro'. Pero mientras llegan o no, en Cité Soleil el padre Cyril termina en la plaza y monta en lacamioneta para acudir a otra esquina con otro saco de trigo insuficiente para hambrientos con vasosvacíos. En dirección contraria, dos personas llevan en una carretilla a una chica con la pierna rotaque se protege del sol con una sombrilla de colores. Poco después aparecen cuatro personas llevandodentro de un edredón mugriento a una niña. Vienen del hospital, donde no les atendió nadie porfalta de médicos. A Cité Soleil no llega nadie: ni los recogedores de cadáveres, ni las ambulanciasni los camiones de comida extranjera. En una calle, hay un esqueleto de escuela de dos plantas. Las paredes se han hundido. Perolos pupitres y la pizarra se mantienen en pie, tal y como se encontraban el día del terremoto. Enla pizarra hay una fecha y una frase milagrosamente intactas: 'Martes 13 de enero. Los diosescastigan a los mentirosos'. / ANTONIO JIMÉNEZ BARCA, ENVIADO ESPECIAL, Puerto Príncipe