La experiencia que le dieron esos dos oficios –el de actor y el de locutor– lo empujó a sostener un lugar en el que aún no tiene remplazo.
Nadie como él para disparar al espectador esos proyectiles de ideas sobre los íconos vendimiales –uno escucha su “hombres de barro” y viaja súbitamente hacia los huarpes–. Pocos como él hablan de la Fiesta de la Vendimia con tanto gozo.
“La locución, ya sea en vivo o en off, es el mensajero popular de esa multitud que copa el teatro griego: tiene que dar a entender lo que el autor ha querido decir y construir imágenes más allá de lo que se ve en escena. Nuestra fiesta es una fuera de serie, está en otro contexto. Te digo Vendimia y se me pone la piel de gallina”, acepta Rafael Rodríguez (73) frotándose su brazo, sentado en una silla solitaria en el salón central del Concejo Deliberante de Capital, donde durante la semana trabaja como asesor cultural.
Lo sensorial tiene para él mucha implicancia en el relato del espectáculo: “No es fácil interpretar un texto. Hay que saber leer, leer ortográficamente, tener claro a quién va dirigido y en base a qué está puesto”.
Rafael Rodríguez nunca abandona la voz. Tampoco esa vocación docente que hoy practica en distintos talleres que dicta en la misma Comuna y que lo aborda en cada explicación de sus respuestas: “Si menciono el agua, no sólo pienso en el líquido: hablo de Mendoza, de la escasez, del esfuerzo de los antepasados para convertir el desierto, de la necesidad de cuidar ese valioso recurso. Todo eso tiene que estar en mi cabeza en la alocución. Diferenciar el contexto es también importante. No es lo mismo el agua que baja clara de la montaña (su voz se torna mansa), que el agua de la helada que castiga a los agricultores (su voz se acentúa y adquiere la resonancia de un trueno)”.
Relató casi una treintena de actos centrales desde su bautismo con Abelardo Vázquez en 1965. Hizo lo propio en varias fiestas departamentales, la última vez en La Paz. Y fue perfeccionando esa fórmula ganada con un oficio que hoy aplica con mucha habilidad.
Pese a que este actor y director de teatro se siente orgulloso de ser parte de la identidad vendimial, algo lo desalienta: “Me llena de orgullo que en el acervo popular exista esa conciencia, pero yo estoy en una recta final y nadie procuró una escuela con esa forma, ese estilo”.
–Nació en Buenos Aires, se formó allí como actor. Llegó a esta provincia y le impuso a una tradición mendocina su sello. ¿Cómo sucedió esto?–Vivía en Tigre y vine a Mendoza por un fin de semana... Me quedé 16 años. Tenía 24 en ese momento y ahí nomás hice mi primer Acto Central. Estaba en una adolescencia tardía . Mendoza era distinta, más accesible que Capital: no había rejas, dejabas la bicicleta en la puerta y allí permanecía al día siguiente. Cambié un espacio laberíntico de radio, el teatro y las clases por una dosis de paz.
–¿Después lo convocó Alejandro Doria (director de “Esperando la carroza”, entre otras)?–En 1980 regresé a Buenos Aires para integrar el elenco estable del teatro San Martín. Estuve diez años, como actor y director. Y sí, hice para el cine un tríptico de Doria: Esperando la carroza, Darse cuenta y Sofía. En Esperando..., un clásico que atraviesa las generaciones, soy el médico forense: había en esa escena una conjunción de ojos (ríe).
–Cuando empezó en Vendimia lo hizo de la mano de un innovador como Abelardo Vázquez. ¿Qué lo distinguió de otros directores?–La potencia puesta a lo actoral. La primera vez que me convocaron fue con un símbolo mendocino como Luis Politti. Se le daba una mayor participación al actor. En esa tesitura se movieron, con sus marcas personales, Pedro Marabini, Alejandro Conte y Alejandro Grigor.
–¿Alguna vez le tocó una locución en vivo?–En 2008, con Conte. Una experiencia inolvidable. Todavía recuerdo ese monstruo del teatro esperándonos, sentí ese fierro que les agarra a los actores antes de salir a escena. La última vez que me convocaron fue en 2012 con Te veo, Vendimia de colores, que dirigió Grigor, pero mi participación fue en off.
–¿Cuánto tiempo le lleva preparar un texto para relatarlo?–No es comercial decirlo, aunque yo te cuente que tengo tanta gimnasia que mientras leo la primera palabra me puedo adelantar a la oración que viene. Lamentablemente, no es un trabajo que se pague bien.
–¿Nunca agregó o pidió que modificaran la letra?–Nunca intervine un texto ni hice uno. Soy muy respetuoso de la letra que me dan, en todos los ámbitos. Y si tuviera que dirigir una Vendimia moriría en el intento.
–Pero antes de morir en el intento, ¿qué plantearía como director?–Nunca hemos tenido un Acto Central desde el surco y dedicado a la mujer mendocina. Hablamos de la vid y desconocemos lo que es una cosecha, éste debería ser el punto de partida. Homenajeamos a la cosechadora y tenemos reinas citadinas.
–¿Qué lugar tuvo en su vida la radio?–Radio hice cualquier cantidad de horas: radioteatro, audiciones culturales, trasnoche. Fui un niño en eso, exponiéndome a que me dieran un golpe o un zamarrón. Por suerte fueron más las caricias que los tirones de orejas. Siempre trabajé mediante imágenes y sensorialmente. No se puede hacer radio si no se tiene esa idea del mensaje: la clave es siempre estar hablando como si estuviéramos en un living, sin dejar de pensar en la responsabilidad.
–¿Por qué el radioteatro no ocupa el lugar de antes? ¿Influyó la existencia de otros medios electrónicos, la oferta televisiva?–La última vez que probé con este género debimos levantarlo porque no había formación actoral para la radio. Las distintas gestiones de Cultura no manifiestan un interés por educar radialmente al actor.
–¿Hace falta ser mendocino para identificarse con Vendimia?–Tiene que haber un profundo amor por la tierra en la que estás. Seré de Tigre, pero elegí la provincia y aquí eché raíces: tengo 4 hijos mendocinos (dos viven en Buenos Aires).
–Después de más de 30 actos centrales a los que les dio su voz, ¿cómo evita aburrirse?–Hay que rebuscar en el texto detalles o motivaciones para poder dar a través de la voz. A lo mejor hay guiones que no sirven, pero hay una parte que no se puede eludir, cuando se habla del lugar.
–Si tuviera que decidir estar o no estar, ¿qué delega?–Delego el teatro y la televisión, pero no la radio, es lo más hermoso que hay. Allí no hay pared, es como trabajar a cielo abierto, vas, vas y vas.
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Versátil. Rafael es actor, docente, locutor de oficio y con su voz le dio un matiz particular a la fiesta.
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Su primera locución en vivo (en general son grabadas), en 2008, para el Acto Central que dirigió Alejandro Conte.
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Su participación en la película Esperando la carroza, en la que representa al médico forense. Realizó otros dos largometrajes junto a Alejandro Doria.
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En un ensayo de Maupassant, la obra de teatro que escribió y dirigió con un elenco de actores de primer nivel.