Ella, que estuvo hospitalizada durante un año y ahora vive en Canadá, adonde huyó con su marido a comienzo de los años 90, con el tiempo se acostumbró al dolor de unas quemaduras que sólo ahora comienzan a sanar.“Podemos ayudarla a mejorar el aspecto de las cicatrices y también su movilidad”, cuenta la médica Jill Waibel, que dirige el Miami Dermatology and Laser Institute, un centro médico especializado en tratamientos de láser y dermatología. “Sus cicatrices son moderadas, pero le provocan problemas y le duelen”, agrega.“Ella nos dijo que las cicatrices están más blandas”, revela la doctora tras finalizar la fase inicial de un proceso que se prolongará de seis a nueve meses.De la emoción a la acción.El suegro de Waibel escuchó hablar a Phuc en una iglesia y quedó conmovido por el mensaje y el dolor que aún sentía en el día a día. Se acercó y le mencionó el trabajo de su nuera. Phuc vio tiempo después en televisión el éxito de la médica en el tratamiento de las quemaduras de tres hermanas y decidió ella misma llamar y pedir cita para la consulta.Waibel, que había visto en la escuela la foto del napalm, no lo dudó. “Kim es una mujer increíble que ha ayudado a mucha gente”, sentencia la doctora, que no cobrará por el tratamiento. “Kim es muy especial por su importancia histórica. Es un símbolo viviente de la guerra y de los niños inocentes que resultan heridos durante las guerras”, agrega.El procedimiento, explicado de forma sencilla, se basa en que el láser produce pequeñísimas heridas en la piel que hacen que se vaporice el tejido de la cicatriz. A los pocos meses, la zona afectada se recupera gracias al colágeno de la nueva piel. Los pacientes reportan, primero, síntomas sensoriales (dolor, quemadura y picor) y al cabo de los días ven cómo evoluciona su movilidad.Según la médica Waibel y el fotógrafo Ut, Phuc ya siente esa mejoría. “Los dos estamos esperanzados en que esté mejor y tenga menos dolor cuando termine el tratamiento”, remarca Ut.Las cicatrices de la nena de napalm también han acompañado al fotoperiodista. Su vida y su carrera quedaron marcadas por esa imagen. Pocas veces un fotógrafo ha tenido semejante vínculo con la persona a la que retrató.“Mantuvimos el contacto durante todo este tiempo. Soy un amigo muy cercano para ella y también puedo considerarme como un hermano mayor. Viajamos por el mundo hablando de las atrocidades de la guerra”, comenta el fotógrafo de 64 años, aún activo, sobre la misión que comparte con Phuc.A sus 52 años, la mujer lidera una fundación que lleva su nombre y que lucha para que ningún niño tenga que pasar alguna vez por lo que sufrió ella.“Me di cuenta de que si no podía escapar de esa foto, quería volver a ella para trabajar junto a esa imagen por la paz. Esa es mi decisión”, dijo en agosto Phuc a la cadena CNN, en una de sus escasas declaraciones a la prensa.El ángel que no se queja. “Ha dedicado su vida a ayudar a los otros y aunque su dolor es constante por las tremendas cicatrices, ella nunca se queja. ¡Es un ángel!”, la elogia el fotógrafo.Ut, vietnamita-estadounidense, no duda de que aquella imagen del 8 de junio de 1972 fue la más dura que tomó en su carrera, pero no la única de un especialista en contar conflictos con su cámara. “Todas mis fotos de guerra están aún muy vivas en mi memoria”, afirma.“Recuerdo la nube de humo inflándose tras la explosión”, rememora. “Pensábamos que no había nadie, pero luego vimos gente que salía del humo corriendo. No podría creerlo, pero rápidamente me puse la cámara en el ojo y tomé algunas fotos, incluyendo la de Kim Phuc. Recuerdo lo terribles que eran sus quemaduras y lo triste que fue ver morir a niños. Son imágenes que no se pueden olvidar”, dice.“Aunque fue muy duro ver a mi pueblo sufrir, tenía que documentarlo para que el mundo viera que las fotografías pueden verdaderamente contar la historia”, agrega, dejando atrás los monstruos que le acechan y adoptando un lenguaje profesional.Phuc, en cambio, no habla de esos temas. Ni de monstruos ni de imágenes inolvidables. Ella, con mucho esfuerzo, logró armar una familia. Se casó con Bui Huy Toan y es madre de dos hijos, de 21 y 18 años. Vive en Canadá, país que le dio asilo en los años 90. Con el láser espera vencer definitivamente el dolor y dejarlo atrás para siempre.Ut ya está alejado del combate. “Ahora disfruto tomando fotos de la naturaleza, de aviones que cruzan por delante de la luna”, dice el fotoperiodista, cuyo hobby ahora también es la astrofotografía, capturar imágenes de cuerpos celestes. Más amables, inasibles y exentos de horror.