Ciudadanos que le ponen el pecho a la inseguridad ante un Estado sordo

Por UNO

E l martes a la noche fue asesinado Luis Berardy, un comerciante de Dorrego que estaba atendiendo su minimarket con dos de sus hijos. La crónica del día siguiente de mi colega de Diario UNO Catherina Gibilaro me conmovió profundamente. “Papá, así no se puede vivir, sin vos. No me importa más nada”, decía en medio del dolor Gina, la joven hija de la víctima.

Y esas son las frases que muchas veces no leemos o no escuchamos en las crónicas, pero que abren la puerta a una dimensión que no tiene que ver con estadísticas delictuales, perfil de la delincuencia o estrategias para combatir el delito. En esas frases está el dolor limpio, la pérdida irreparable, el terrible cachetazo para aquellos que alguna vez hablaron de “sensación de inseguridad”.

Es la dimensión humana, esa que nos recuerda que casi nunca estamos preparados para enfrentar la muerte de un ser querido, mucho menos cuando se tiene 18 años, como Gina Berardy, y te arrancan esa vida sin ninguna razón. No hay razón, precisamente, para el sinsentido.

Los que no responden

Otro de mis colegas, en este caso de radio Nihuil, Pablo Gerardi, fue a cubrir el asesinato de Berardy. Y nos transmitió la impotencia de los vecinos que habían hecho mucho por protegerse, pero que no fueron protegidos.Ellos decían que la zona está mal iluminada, que hay una casa usurpada en las cercanías y que habían hecho reclamos por la desconfianza que les provocaban estas y otras situaciones. Pero no hubo resultados.

Incluso esa noche volvieron a quejarse de las demoras en ser atendidos por el 911, que se espera responda con premura porque los delincuentes no suelen darles mucho tiempo a sus víctimas.

Y eso es lo molesto. Que en muchas oportunidades se ha puesto la lupa en la falta de compromiso de los ciudadanos, pero hay muchos casos en los que ellos cumplen con ejemplaridad y el Estado se borra. La muerte de la niña Luciana Rodríguez, con diferentes funcionarios que hicieron caso omiso a las denuncias de maltrato a la pequeña de 3 años, que finalmente la llevó a la muerte, o los llamados desesperados al 911, muchos hechos varias horas antes, de quienes eran testigos del enloquecido circular del camionero brasileño Mariano Genesio, que terminó provocando 16 muertes en la ruta 7 en San Martín.

Allí estaban. Comprometidos. Dispuestos a dar una mano. Pero esos cuidadanos que ya no responden al “no te metás” precisan funcionarios que estén a la altura.

Reclamar y escuchar

Se necesita una visión de la integralidad del delito. En una zona donde hay escasa iluminación, casas usurpadas y denuncias de otros delitos, hay que poner la lupa porque algo está sucediendo, no esperar a que suceda lo peor para visualizar los problemas.

Si quien debe mantener las luminarias en funcionamiento lo hace, si los baldíos se mantienen limpios de cañaverales donde se pueden esconder delincuentes, si en las comisarías empiezan a escuchar los temores de los vecinos –sus vecinos– el delito no va a desaparecer, pero al menos no vamos a estar haciéndoles la tarea más sencilla.

Escuchar los reclamos de quienes todos los días, como Luis Berardy, caminan las calles, abren y cierran negocios, se exponen a guardar el auto en el garage a la noche o esperan en las paradas de los colectivos a sus hijos que vuelven tarde del trabajo o de la escuela. Ellos son miles de ojos atentos, porque se han acostumbrado a vivir con miedo y buscan procurarse las mejores medidas de seguridad para ellos y sus vecinos. Ellos saben lo que pasa y piden ayuda. Habría que escucharlos.