Arturo, el oso turista

Por UNO

Escoleosis, la columna torcida de Ariel Robert

Así como tapar el sol con la mano resulta inútil, colocar la lupa bajo la luz solar enceguece y quema. La tendencia fanática no ayuda.

La evolución de la especie es inevitable. La conservación estática parece que no tiene cabida en el Planeta. Si no se desarrolla, se multiplica y progresa, perece. Esto es más que una teoría darwiniana, es el discurso de la naturaleza. Y hasta las religiones más primitivas consideran que todo se transforma. También las corrientes filosóficas nihilistas conciben a la muerte como una transformación. Aunque vacua y poco edificante, mutación al fin: de la carne al tártaro y desde el humus aparecerá el gusano. Como dijo el padre de la química moderna, el francés Antoine-Laurent de Lavoisier (antuan lorént de lavuasié) nada se pierde, todo se transforma.

Y me siento con derecho a rebelarme ante la frenética discusión que se plantea hoy en Mendoza. No me refiero a las paritarias de los maestros, ni a la suba injustificable de precios, tampoco a la tormenta de violencia fatal, ni al presupuesto, ni a la sospecha de que las instituciones, entre ellas la que debe impartir justicia, parecen estar en zona de derrumbe. Me refiero al más preciado animal que habita en un lugar equivocado, sí, al Oso Arturo.

Coinciden los opositores circunstanciales, algunos oficialistas discretos y los ecologistas en que el problema de mayor gravedad en Mendoza y en el país, es la falta de energía. Sin embargo, invierten la suya y provocan para que el resto la malgaste también, debatiendo sobre el estado sanitario del mamífero de pelaje blanco y sobre su adecuado destino. Me inclino a pensar que Disney ha incidido fuertemente y nos ha secuestrado una gran porción de sensatez.

Que nos preocupemos ahora tanto por el oso polar que durante más de dos décadas ha permanecido en su diminuta y espantosa celda en el zoológico, contrariamente a lo que Greenpeace pueda pronunciar, no habla muy bien de nosotros. El pobre oso, ha superado la edad promedio de cualquier jubilado, ha gozado de servicios hoteleros no muy inferiores a los que proponen algunas cabañas de fin de semana en Potrerillos, y no tiene que ir al banco periódicamente para demostrar que aún no fenece. No necesita reclamar el 82 por ciento móvil para poder alimentarse. Lo visitan más niños que a la mayoría de nuestros abuelos, tiene un trato deferente, aire acondicionado y más cobertura periodística que Fort en vida. La atención médica, en su caso por un veterinario, es inmensamente más dedicada que la que suelen proporcionarle a los ancianos en los efectores de Pami.

Cruel. Es muy probable que esa calificación me quepa perfectamente, pero opto por ser cruel con este pensamiento antes que indolente e hipócrita. Porque concibo que atender las necesidades básicas humanas es prioritario. El déficit social existe y persiste, mientras se gasta buena cantidad de dineros, no importa mucho de donde provengan, en viajes, estudios, conferencias y en las burocracias de organismos internacionales.

Si en vez de aplicar la ley Sarmiento, le otorgáramos al oso en cuestión, igualdad de derechos, equiparándolo con nuestros congéneres parlantes, me manifestaría en contra de que viaje hasta Canadá. Dudo que la Afip le cambie al precio oficial. Sugeriría las Termas de Río Hondo ó Carlos Paz, pero no Canadá. Mucho menos si se lo confina a una reserva natural. Tengo la honda sensación que va a extrañar, va a extrañar el calor que le hemos proferido y añorará la estupidez humana.