Apretá el pomo

Por UNO

"Escoleosis", la columna torcida de Ariel Robert

Aunque no es concluyente ni definitivo, todo parece indicar que simultáneamente a la primera organización social, apareció la necesidad de subvertir las normas. De alguna manera esto señala que efectivamente, no existe regla si no hay una excepción que la valide.

Gracias a la escritura pudimos enterarnos que los primeros que se dignaron a dejar por escrito sus vivencias fueron los sumerios. Eso es lo que escribieron algunos antropólogos y otros historiadores, una de las muchas teorías.

Las ironías de la civilización explican claramente que adonde ahora hay ruinas, ciudad devastada y mucho olor a muerte, hace más de seis mil años, se erigían los antecedentes de la civilización contemporánea.

Entre el rápido río Tigris y el lento caudal del Éufrates, en aquella Mesopotamia próspera, no todo era trabajo intenso, diálogos, negocios, agricultura y matemáticas. Al menos una vez al año, arrojaban las sandalias y se dedicaban a transgredir la rutina.

Son tantos los posibles orígenes que nos quedaremos con lo mínimo indispensable. Carnaval es “adiós a la carne” o “carne permitida”. Resumiendo, el concepto es idéntico. Se trata del jolgorio, de ese momento previo al ayuno de carne o si queremos, tiempo de desenfreno. Es la religión católica que lo ubicó justo antes de la cuaresma, pero el Carnaval antecede y por mucho al culto oficial que hemos elegido.

Dionisio y Baco, de la mitología griega y promotores de las festividades romanas, representan al vino y el vino, a la embriaguez, también a la locura, al desenfado. De eso se trata este acontecimiento. Momentos en los que se permitía un paréntesis. Se alteraban los roles, se cambiaban el ropaje, y se rendía homenaje a la fertilidad, a como de lugar.

Resulta que no es patrimonio único de ese occidente tan ilustrado. México, Ecuador, Perú y Bolivia, preservan esta costumbre que se sabe anterior al imperio incaico. El de Oruro, por ejemplo, cuenta con más de dos mil años de tradición, claro que luego fue atravesado, moldeado, mixturado por las costumbres hispánicas. De ahí el sincretismo conocido hoy como “Diablada”, danza adonde se ponen frente a frente el mal y el bien. Ambos con atuendos espectaculares, cuestión que sigue siendo imposible saber, detrás de los trajes , quien es quien.

La fama no tiene relación con su antigüedad. El Carnaval de Río de Janeiro data del siglo XX. Recién en 1932 tuvo ribetes oficiales. Sin menospreciarlo, sostengo categóricamente que la televisión, más que engordar, agranda. El famoso sandódromo no es gigante. El negocio, sí, claro. Y las chicas de Gualeguaychú no tienen nada que enviarles a las cariocas, pero convengamos que ambos carnavales alteran el principio, debido a su organización, a sus simétricas coreografías, a sus gestos pactados, a sus desnudeces insinuadas y a sus anuales ensayos.

Carnaval es lo improvisado. El paso de baile surgido de la inhibición. Es el encuentro casual y el tumulto, la manifestación alegre y sin posturas, una dosis de exageración en cada movimiento y la careta, para que al día siguiente, nadie se haga cargo de lo ocurrido.

Los próximos lunes y martes, Carnaval. No sería mala idea rescatar la esencia y dedicarnos a hacer aquello que no hacemos el resto de los días…ó sea, podríamos dedicar parte de esos días a divertirnos y también a pensar. Pensar no tiene por qué ser aburrido ni ominoso. Y tampoco pensar impide bailar, ni reír, ni amar, casi por el contrario. Al menos, deberíamos pensar cómo podemos hacer para cambiar. Para que comiencen las clases, para que los funcionarios funciones, para que los jueces trabajen, para que los imbéciles no mal usen el 911, para que los policías actúen, para que robar no sea una profesión mejor remunerada que trabajar con decencia. Para que los formadores de precios no nos impongan una cuaresma eterna. Podríamos pensar , al menos por un instante, que el otro es también nosotros, sino, no sé después del carnaval de qué nos vamos a disfrazar.