"Escoleosis", la columna torcida de Ariel Robert
"Escoleosis", la columna torcida de Ariel Robert
La primera expresión que surge es: me siento angustiado. Poco importa si el término “ angustia” es técnicamente correcto psicológicamente hablando. Ante una ocasión en que un grupo de personas muere súbitamente, sin que haya participado en algún acto ofensivo y mucho menos bélico, provoca un sentimiento de angustia, un estado de congoja. Son todos parientes. Me refiero a los trastornos de la salud psíquica. Pero también -por algunos datos preliminares- podría deducirse que sino parientes, al menos familiares como estas aflicciones mentales, son muchos de los componentes de uno de los poderes del Estado. Rasgo muy acentuado en el poder que debe actuar de árbitro, me refiero justamente al poder judicial. Esto en sí mismo no es ni bueno ni malo. Pero cuando los resultados se aferran a experiencias nefastas para un individuo, para un grupo y para la sociedad en su conjunto, empezamos a indagar si es tan neutral esta situación de consanguinidad en lo que solemos llamar “justicia”. Primos, tíos, hermanos, hijas, cuñados, yernos, son quienes fallan.
Hay dos acepciones de fallar. La obligación de magistrados es la que refiere a decidir, que proviene de afllare, ó sea, olfatear, soplar desde arriba, también. La segunda que se escribe exatcamente igual, toma su origen de fallax, que significa literalmente en latín: falaz, mentiroso.
Si me detuve en esta polisemia, no es por floreo, ni dilación, ni descalificación de los miembros del poder judicial; es que precisamente en los círculos jurídicos, el idioma, el léxico, es la herramienta fundamental. Una palabreja de apenas tres vocales y cinco consonantes, puede privar de libertad a un imputado, y también una de ocho letras, absolverlo. Simples palabras que en un juicio se comportan como los peones en un tablero de ajedrez , ocho de un lado, ocho en frente. Unas negras, otras blancas. Muy parecidos en su fisonomía, sin embargo tienen propósitos y sentidos exactamente opuestos. Culpable o inocente.
Hablar de los jueces y además de todo el amplio, complejo y también costoso- sistema judicial es imprudente. Un acto temerario. Y no es la valentía lo que me inspira sino la certeza de que ellos no escuchan a los comunes, ni leen textos que son escritos por y para el vulgo.
Digo esto categóricamente valiédome de un caso puntual. Desde hace meses que se publican en nuestros medios las cifras enormes que existen de llamadas falsas al 911. Datos provistos por las autoridades policiales. Llamadas falsas que contribuyeron a la desidia y abulia de algunos actores de la fuerza policial, para que descartaran con indolencia e inoperancia algunas dvertencias reales que pudieron impedir una tragedia.
Después de la angustia, llegó la pregunta ¿no hay sanción para los que usan el 911 con fines aviesos o simplemente por estúpidos? Sanción, no. Legislación, sí. El artículo 41 del Código de Faltas no es tan abstruso como algunos tratados. Claramente. Arresto de hasta 30 días y multas de hasta 500 pesos. Nuevamente los números. Un millón y medio de llamadas falsas en 2013. No hay cárcel que pueda albergarlos, dirán. De acuerdo. Traduzco: el Estado provincial, si hubiesen aplicado sanciones pecuniarias, hubiese recaudado 225 millones de pesos en el peor de los casos. Dinero que siempre nos falta. Angustia es lo deberían sentir los jueces que no actúan. Los que no trabajan, los que no van, los que faltan. Angustia, palabra que define en su origen la estrechez de corazón. Angustia, una de las pocas cosas que no parece familiar en las altas esferas del pdoer judicial.