Por Andrés Gabrielli
Más allá de la causa en la que se lo investiga, lo más preocupante es la frivolidad que el vicepresidente le está transmitiendo a la política argentina.
Más allá de la causa en la que se lo investiga, lo más preocupante es la frivolidad que el vicepresidente le está transmitiendo a la política argentina.
Por Andrés Gabrielli
La Semana Santa pasó a llamarse la Semana Boudou. Será recordada en los anales políticos.
La autodefensa del vicepresidente de la Nación por el caso Ciccone, con un extenso y desmañado monólogo en el Senado, quedará como un hito de la política nuestra de estos días.
Una política que está más cerca de las peleas verbales entre los participantes del Bailando, de Tinelli, que de los grandes y honrosos debates de antaño.
Es lo que tenemos.
No se le pueden pedir peras al olmo.
Faltó solamente que alguien, desde la tribuna pública, volviera a desearles “felices pascuas” a los argentinos.
Un chico de jean y zapatillas
Los mendocinos hemos tenido excelentes oportunidades, recientemente, para medir el calibre del personaje desde cerca.La última aparición rimbombante de Amado Boudou fue en los festejos vendimiales.
Vino en representación de la Presidenta, ausente sin mayores explicaciones.
Se trepó al palco del Hyatt, una vez que la protesta minera encabezara el Carrusel y allí, mirando a su costado, se encendió con un saludo a Paco Pérez, “el joven intendente de Mendoza” (sic). Su joven novia, la periodista Agustina Kämpfer, radiante, aplaudía el paso de los carros.
Poco después, en la bodega Finca Agostino, durante el almuerzo de las Fuerzas Vivas, pronunció un discurso olvidable, por su liviandad. Vestía jeans y camisa negra desabrochada, fuera del pantalón.
Muchos asistentes se sintieron ofendidos por la informalidad.
Pero no había motivos para sorprenderse. Se sabía. Boudou es precisamente eso. Más un exponente de la farándula que cualquier otra cosa.
Para él, el ejercicio de la política es un espectáculo permanente.
Rockero y motoquero
La preparación para el aterrizaje décontracté del vicepresidente en la Vendimia se fue dando en anteriores visitas.El peronismo mendocino lo siguió, fascinado, en cada uno de sus firuletes.
Coreó y bailó sus temas cuando desafinaba junto a la Mancha de Rolando, se puso campera de cuero para acompañar sus aceleradas de motoquero, festejó su ocurrencia de ir a montarle una parada de campaña al intendente Alfredo Cornejo en las mismas puertas de la municipalidad de Godoy Cruz.
Todo muy divertido.
Y el remate elemental: la Mancha, grupo oficial, tenía que tocar en una de las repeticiones de la fiesta mayor. Un tributo.
El PJ, cual adolescentes embobadas con el galancito.
Un exégeta del cine
Que la vida, la política y la función pública son un gran espectáculo lo demostró Amado Boudou al fundamentar sus mandobles contra el manejo mafioso del CEO de Clarín, Héctor Magnetto. No se apoyó en algún texto clásico o de moda de la ciencia política, de la ensayística general o aun de la novelística. Su única pieza teórica fue la película El Padrino, de Francis Ford Coppola.Pareciera ser la única película que vio. No quedó claro, eso sí, dentro de la cinta, cuál de los personajes vendría siendo él, Boudou, como una de las víctimas de don Corleone. Sería espectacularmente interesante enterarse... porque hay tanto allí adentro donde abrevar.
Aunque, ya que estamos en materia, y siendo Magnetto un todopoderoso empresario periodístico, tal vez Boudou debió elegir para su metafórica denuncia El ciudadano (Citizen Kane), no menos célebre título de Orson Welles.
¿Y por qué no Buenos muchachos (Goodfellas, de Scorsese) para la trama de Ciccone Calcográfica?Maravilloso acervo el del cine que Boudou, se ve, poco conoce.
La mancha de Boudou
En su torrentosa arenga del Jueves Santo, Boudou disparó en múltiples direcciones. Apuntó contra la corporación mediática, contra la Justicia con el juez federal Daniel Rafecas a la cabeza, involucró a otros altos funcionarios, como al procurador general de la Nación, Esteban Righi, y al ministro de Justicia y Seguridad porteño, Guillermo Montenegro; tildó de coimero al presidente de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi y bastante más.Con pocas pruebas, hasta ahora, jugó a la mancha. A la mancha de Boudou.
La banalidad del bien
Lo más serio del accionar de Boudou no es, por el momento, su posible responsabilidad en el caso de tráfico de influencias que se investiga. Tampoco el nivel de su honestidad como funcionario o el conflicto de poderes que desata atacando a jueces, fiscales y procuradores.Nada de eso escandaliza en la Argentina ni termina en condena ni cuesta votos.
Lo peor hoy por hoy vendría siendo el extremo grado de farandulización al que está llegando el debate público de los temas más importantes.
El estilo Amado, vaporoso, insustancial, está impregnando, inevitablemente, y a veces a disgusto, al resto del peronismo.
Incluso al peronismo mendocino que históricamente y más allá de los distintos vaivenes y barquinazos ideológicos, tuvo el tino de preservarse de la banalidad y el cholulaje. Hasta ahora, en que se ha vuelto fashion.
Paco Pérez, por suerte, llegó a la gobernación con otros padrinos (para seguir con la fraseología de Coppola) además de Boudou. Bossio, Mazzón Jr., Abal Medina pueden ser tan efectivos como el vicepresidente para darle una mano al gobernador en las vitales gestiones que debe efectuar, día tras día, en la Rosada, en procura de un mango, de una obrita.
Y puesto que la gran ilusión de Paco es hacer el cursus honorum en la gran política nacional, quizá vaya siendo hora de escuchar otras músicas. Él lo dirá.
Extrañando a Cleto
“Cobos es tan pachorra que va a dejar pasar esta otra oportunidad de oro que le brinda el destino”, se le escuchó decir este fin de semana a un radical de ley, un radical de buena leche.Aludía a la puerta que se le ha abierto al ex vicepresidente Julio Cobos de, por lo menos, dejar en claro la dignidad con que cumplió su tarea pública.
Al lado del play boy Boudou, la sobriedad, la modestia, el modus vivendi –igual hoy al de antaño–, de Cobos, podrían servir para reivindicarlo, aunque más no fuera ante la historia reciente.
El kirchnerismo nunca lo perdonará. El radicalismo nunca terminará de quererlo.
Pero la opinión pública podría ponerle, aunque tímidamente, una mano en la espalda. Algo complicado en la infausta saga de los vicepresidentes argentinos de los últimos 30 años.
¿El estilo Cleto puede contrastar favorablemente con el estilo Amado? ¿El sobrio y manso ingeniero versus el seductor y burbujeante motoquero?Cobos no se va a subir a ese carro con luces. Seguirá fiel a su estilo. Morirá en la suya.
Ante una consulta periodística, dejó opiniones razonables sobre el caso Boudou. Y remató: “Ando de ingeniero, vengo de una obra”.
Así eran los políticos mendocinos. Los de antes.