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Mientras lee El arte de la guerra, el clásico chino, Julio Cobos lame sus heridas.

A Sun Tzu no le hubiera pasado

Por UNO

La semana pasada escribimos sobre la presunta "buena estrella" de Julio Cobos, quien con larenuncia de Martín Redrado al Banco Central había quedado en la mejor posición posible para no caer

en la trampa del gobierno kirchnerista, que él mismo integra contra natura, y poder salir del

atolladero sin despeinarse demasiado.

Esto incluía no sólo conservar su base de posibles votantes con vistas a una presidencial,

sino también tender de una buena vez un puente fuerte de regreso a la Unión Cívica Radical para

contar realmente con una base de sustentación firme y real en la contienda de 2011.

Pero el impredecible Julio Cobos jugó sus piezas de manera tal que, con argumentos que

podrían haberle servido a las finalidades planteadas, quedó exactamente en la vereda contraria.

Quizás sin quererlo él mismo o sin comprender exactamente lo que estaba haciendo.

Esta semana hubo dos editoriales, uno de La Nación escrito por Joaquín Morales Solá y otro de

Perfil firmado por Jorge Fontevecchia, que sintetizan lo que está ocurriendo y quizás Cobos debería

terminar de entender, para no estar en medio del campo de batalla actuando como si su vida

transcurriera dentro de un laboratorio de investigación.

Hay una guerra y cuando esto sucede la realidad se hace binaria y se divide en dos bandos. Se

convierte en un sinfín de crueldades y mezquindades, sólo salpicadas por alguna grandeza individual

aislada. Y, fundamentalmente, desaparece la posibilidad de la neutralidad. Se está en un bando o en

otro.

El beligerante es un estado poco recomendable desde ya, pero que se impone por sí mismo. El

matrimonio Kirchner, contra el deseo de la mayoría de los argentinos, ha instalado un clima bélico

que en general es caricaturesco y tiene más que ver con el general González del Negro Olmedo que

con el general Patton de George C. Scott.

En ese contexto deben ser leídos los dos editoriales aludidos. Morales Solá, que está en el

bando anti K, usa brillantes y casi inobjetables argumentos para derruir a Cobos. Fontevecchia, que

debido a su pelea actual con Clarín está por lo menos a veces no tan lejos del Gobierno al cual ha

fustigado recurrentemente, usa brillantes y casi inobjetables argumentos para elogiar a Cobos. En

ambos impera la lógica expuesta de la guerra. Dos mentes brillantes ponen toda su artillería al

servicio de la causa y con argumentos magníficos llegan a conclusiones opuestas.

Ésa es la lógica bélica, que Julio Cobos está queriendo entender en estos días con la lectura

del clásico de Sun Tzu, El arte de la guerra.

El maestro chino dice que hay factores a tener en cuenta para batallar y en primer lugar pone

a la política. "La política significa aquello que hace que el pueblo esté en armonía con su

gobernante, de modo que lo siga donde sea, sin temer por sus vidas ni a correr cualquier peligro",

escribe Sun Tzu.

Y esto es justamente lo que Cobos pifió en esta última jugada. No actuó para ese pueblo, sino

para los políticos y los periodistas. Eligió un entorno de consulta que le garantizó solvencia

intelectual y argumental y lo hundió a la hora de los resultados en el lugar menos deseado por él.

Ni siquiera la voluntad de Fontevecchia lo rescata, aun cuando sean ciertas todas sus

explicaciones. Que lo son.

En el punto 1 de su "Opinión y consejo final" a la Presidenta en el caso Redrado Cobos dice: "

En cuanto a las causales invocadas en los fundamentos del DNU 18/2010, no encuentro, a partir de

la información recabada por esta comisión, razón válida para la remoción del Lic. Hernán Martín

Pérez Redrado". En el punto 2 se embarulla con lo que debería haber sido una declaración política

posterior, fuera del consejo, diciendo que hay otras causales para la remoción. Es decir, lo que

ahora dicen quienes lo fustigan, Carrió, Morales y compañía. Con la inclusión de esos argumentos en

la pieza jurídica, le abrió la puerta al Gobierno para que capitalizara su opinión como un apoyo a

la destitución llevada a cabo. Muy ingenuo de parte de Cobos. El punto 3, finalmente, agrega, en

medio de una larga cháchara de abogados, lo que debería haber dicho en el punto 2: que para evitar

mayores males Cristina aceptara la renuncia y a otra cosa, sin dejar ningún resquicio para que

pudieran decir que él avalaba la echada de Redrado. Con casi iguales argumentos que Prat Gay, Cobos

llegó a una conclusión que desorientó hasta a Página 12. Una verdadera proeza.

Sun Tzu recomienda sólo dar las batallas que se saben ganadas de antemano. Ya llegará Cobos a

ese capítulo, que no debe pasar rápido, sino estudiar en profundidad.

Pero las lecturas de estos días del vicepresidente son variadas. Le han recomendado ver la

película Invictus, pero antes leer el libro El factor humano, de John Carlin, para estudiar el caso

de Mandela en Sudáfrica y cómo sumar a la tropa que ya se tiene, la mayor parte de la del enemigo.

Está por la mitad de la lectura de un libro citado la semana pasada en esta columna, Anatomía de un

instante, de Javier Cercas, sobre la figura de Adolfo Suárez. En esas páginas encontrará que es

fundamental leer también Mirabeau o el político, de Ortega y Gasset, y El político y el científico,

de Max Weber, además de ver El general de la Rovere, la obra maestra de Roberto Rossellini. Con

esas lecturas y películas comprenderá que aún está en una carrera de regularidad, como las

maratones que le gusta correr.

Es una falacia que Cobos se desploma en la consideración pública esta semana, tal como dicen

los políticos que podrían ser sus aliados y lo detestan, como los periodistas que lo amaban cuando

jugaba de su lado y ahora lo cachetean por haberse "dado vuelta". Su estimación cae lo normal

dentro de un sector muy lábil de la sociedad que lo valorará otra vez el día que enfrente en las

urnas a los K, si eso llega.

Pero para poder correr la carrera, Cobos, además de seguir con sus lecturas, que mal no le

harán, deberá decidir si sigue con un entorno de magníficos analistas y juristas de fuste, pero

pésimos políticos, de comprobada ineficacia, o si también se rodea de esos animales que pueblan los

libros que está leyendo y las películas que quiere ver.

Hoy Julio Cobos está lamiendo sus heridas, está desorientado y sabe que se equivocó, aunque

no lo reconozca. Le tocó protagonizar un fenómeno raro, una "derrota a lo Pirro". Se suele hablar

de "victoria a lo Pirro" por aquel general que venció a los romanos a un costo tan alto que puso en

dudas la naturaleza de su triunfo. ¿Valió la pena este inútil traspié de Cobos?