Los esfuerzos por sintetizar el hoy, navegan en un océano que destila demasiadas substancias inexplicables. Una vez que nos sumergimos y pretendemos alcanzar la costa, se nos corre y lo mejor que podemos hacer es nada.
Un camión arrasa con decenas de personas. Peatones. En ese momento.
No fue un camionero alcoholizado, aquél que a pesar de las muchas alertas que recibió el 911, tuvo la maldita libertad de tomar por el carril en contramano hasta dar de frente con un colectivo.
Esta atrocidad, más reciente, no fue como aquella, la ocurrida en la ruta 7 de Mendoza. Esta tragedia eligió como geografía a Niza, Francia. Las víctimas iban en condición de peatones. Muchas en familia. Un número importante celebraba un aniversario de aquella revolución que propugnaba la igualdad, la libertad y la fraternidad.
Las diferencias no se pueden verificar. Uno alcoholizado y por la colisión. El otro perforado por las balas. Uno inconsciente. El otro Intencional. Apenas conjeturas y muy precarias.
Cuando los teóricos aduladores de la globalización la comparaban con las ideas previas de los filósofos alemanes, con los propósitos positivos, esos que prometían la equiparación de derechos, hubo quien dobló la apuesta y la emparentó a la corriente kantiana de la pacificación mundial de la humanidad. Y hasta un articulista se convirtió en pensador categórico y se atrevió a predecir el fin de la historia. O sea. Ni polos, ni muros, ni etnias, tampoco religiones. Contundente. Tanto como que los pronósticos se empecinan en huir de la actualidad y desoír los panegíricos del futuro liberal.
La historia parece haber logrado su independencia definitiva de las cosas.
Más aún, se muestra escindida de los seres e inclusive, del tiempo, materia que le da origen y esencia.
Lograr una narración verosímil de los tiempos que corren, no es tarea apta para prematuros ni novatos y tampoco resulta fluir en las mentes de los conservadores.
Complicado será explicarle a próximas generaciones que mientras se logra la propulsión de un vehículo con aire comprimido, y los devotos de google festejan el andar prolijo del auto sin conductor, las cruentas guerras en territorios otrora sagrados, carecen de mito y sólo se justifican por el vil precio del barril, crudo que hoy podría suplantarse por el propio viento.
Todas las veleidades de la ciencia y la tecnología, se desvanecen ante la revitalización de los odios de policías blancos que eligen de blanco a ciudadanos negros. La ambición de la conquista espacial queda supeditada a las escalofriantes imágenes de cadáveres de niños en playas de la Europa que no sabe cómo evitar una ocupación de desocupados.
Lo idílico de los bellos relatos clásicos y el fenomenal avance del desarrollo humano contemporáneo empatan en ficción.
El hoy difiere pero tímidamente de las épocas en que Alejandro de Macedonia absorbía sin furia la soberbia de Diógenes, despreciándole cualquier recompensa, algo que suena menos creíble que las declaraciones juradas de nuestros futuros próceres. Pero ¿quién se atreve a discutirlos?. Y el interrogante más doloroso ¿para qué arribar a una verdad lacerante, por lo descarnada y ausente de estética narrativa?
Son momentos quizá igual de confusos que otros. La diferencia reside en que somos nosotros los que debemos atravesarlos.
Mientras el ejército de fanáticos impone el terror a fuerza de actos criminales demasiado atroces y primitivos, los medios replican esos hechos y la verdad se traduce en incomprensible. Porque se sabe que la multiplicación y repetición de las escenas sólo sirven para que aquellos logren su cometido: primero horrorizar y luego someter mediante el terror.
Medios convencionales, redes sociales, libertad de expresión, velocidad noticiosa, instantaneidad informativa parecen aliarse con los propósitos más abyectos. Y con los otros, también.
En simultáneo, una horda de manifestantes, de ciudades repletas de progresos y calidad de vida, en vez de portar banderas y lemas, sólo están provistos de sus celulares inteligentes, a la caza del enemigo, los Pokémon.
Pokémon, acrónico de monstruo de bolsillo.
Pokémon. Una historia que se disfraza de virtual para disimular que la imbecilidad humana no corre peligro de extinción y es mucho más real que lo deseable.