Esta semana dejó el plano físico para cristalizarse en eternidad. Su legado es una vastísima y rica obra literaria

La madre de Los Confines que se volvió infinita

Por UNO

No hay profesión en la vida, ninguna de ellas, en la que importe menos la muerte que en la de ser escritor. ¿Qué importancia tiene para los lectores de Borges, un Borges vivo o muerto?En lo único que la muerte cambia a un escritor es en que su obra se vuelve, de repente, finita. La letra capitular del primer escrito busca su punto final en la última página de las páginas. Pero eso lo sabe solamente quien escribe. Los lectores somos seres desordenados, ansiosos, cazadores. Cuando un escritor nos atraviesa el esternón y nos busca el corazón para apretarlo un poco y llenarnos los ojos de lágrimas, y erizarnos la piel, no nos importa el orden de los libros. Los leemos con la voracidad de un recién nacido hambriento. A nadie le importa que quien escribe esté vivo o muerto. En todo caso, cada vez que una página se abre, la vida de esos mundos imaginarios se renueva. Es una transfusión de sangre y alimento para esas marionetas que son los personajes, cuyos hilos cosidos por el escritor son una y otra vez movidos por los lectores. La literatura es como el amor: hace que la vida y la muerte sean un continuum indisoluble.En estas apenas circunstancias que son la vida y la muerte, un escritor no hace más que abrir un paréntesis para decir: El día en el que aprenden las primeras letras, se abre el paréntesis. El día en el que le toca atravesar la sombra, cierra paréntesis. Dentro de ese acotado espacio, surge un universo.En el caso de Liliana Chiavetta, conocida en su etapa literaria como Liliana Bodoc, en espacio contranatura que es la breve existencia humana, se abrieron cientos de constelaciones. Páginas y páginas de seres fantásticos, de ciudades que más que descriptas daba la sensación de que hubieran sido bordadas sobre el papel.A quienes disfrutamos infinitamente la obra de Bodoc, nos sucedía lo que alguna vez dijo el poeta chileno Pablo Neruda acerca de Walt Witman: "Tú me enseñaste a ser americano, levantaste mis ojos a los libros". Bodoc nos levantó la vista a los latinoamericanos. Para que viéramos la conquista de América (relatada con una exquisitez infinita en su trilogía La saga de Los Confines) con los ojos de la literatura. Y la honraremos haciendo que su arte sea revulsivo, como ella lo concibió. El 21 de julio de 1958, Liliana Chiavetta llegó a este mundo. Con el invierno, como llegaba a la tierra de Los Confines la temporada de lluvias. Sus primeros años transcurrieron en la provincia de Santa Fe, donde nació. En una entrevista brindada al programa La caja, que se emitía por Señal U -el canal de la UNCuyo- contó: "Tengo recuerdos de Santa Fe, donde nací, pero fueron los que me contaron mis abuelos y mis padres, porque yo soy mendocina". Cuando ella tenía cinco años, con sus hermanos Silvia y Hugo y sus padres se mudaron a Mendoza, al barrio Minetti, en Panquehua (Las Heras). Allí su padre comenzó a trabajar en la fábrica de cemento. Liliana volvió a ese barrio en el año 2006 con su hija Romina como interlocutora. Lo hicieron a instancias de los alumnos de la Escuela de Realización y Experimentación Cinematográfica de Buenos Aires, con Diego Ávalos y con el fin de filmar un documental sobre la vida de la autora. "Fue el golpe al corazón más fuerte, porque la gente que está ahora ahí como cuidadora, ya que el barrio es casi un lugar abandonado, nos abrió la casa de mi infancia". En esa soledad, Liliana reconstruyó los días en los que alguna vez organizó excursiones con sus amigos de la infancia -los pocos niños que vivían allí, que eran hijos e hijas de los trabajadores de la fábrica- en esos paisajes inmensamente secos y polvorientos. Inocentes safaris infantiles, donde se construían mundos imaginarios con piedritas robadas al desierto. "Fue muy especial contarle a mi hija que acá estaba mi pieza, acá estaba mi cama y en esta pared se apoyó su abuela antes de morir". La primera desolaciónEse fue su primera desolación. La muerte de su madre, cuando apenas tenía 6 años, le marcó la infancia a Liliana y la impulsó a refugiarse en sus propios universos de imágenes y palabras. De esa etapa extenuante para una niña niña, pues se tiene que aprender a peinar, a curar las rodillas y a llorar un poco sola, Liliana recordaba que se tomaba el 6, se bajaba en la plaza de Las Heras y se iba a la escuela Sargento Cabral, donde cursó parte de su escuela primaria. Luego vinieron las dificultades infantiles con el estudio, ya que era difícil regresar a un hogar en el que no hubiera una mamá que te ayudara a hacer los deberes. Después, y ya frustrada de no adaptarse al sistema escolar, la cambiaron a un colegio más pequeño, en el que había tiempo y espacio para acompañar a la niña, al ritmo de su tristeza. Ya adolescente, comenzó la secundaria en el Liceo de Señoritas. Y de esa etapa recuerda las sincolas en la plaza Independencia. "Nos escapábamos a la parte de los juegos, con mis compañeras. Yo volví después de mucho tiempo a esos lugares, los recordé de otra forma". Liliana se confesaba como muy mala alumna y le costaba adaptarse al sistema. Le sucedió en la primaria, en la secundaria y en la Facultad de Letras, de la UNCuyo. Comenzó la universidad teniendo a sus dos hijos, Galileo y Romina, que se quedaban en el buffet del Gallego, en la facultad. Ahí tomaban café con leche y la esperaban mientras cursaba. Esa etapa fue dificultosa, porque su marido no podía cuidar a los niños y ella los llevaba como una mamá-canguro. Además, según relató en diversas entrevistas, no se llevaba bien con el sistema universitario, con esa mirada atenta, vigilante y conservadora de aquella etapa. "Me gusta decir que no me recibí -confesó en el programa La caja- me quedaron un par de materias". Así y todo en una etapa se dedicó a la docencia, tarea que le gustaba realizar. Liliana escritora La escritura la acompañó, envolviéndola, atravesándola y exigiéndole. La exigencia fue que se convirtiera en una herramienta que además de hermosa fuera útil para cambiar la realidad, para compensar las desigualdades. "La literatura es la mejor forma de aportar a la revolución que soñé desde casi que pude soñar. Yo pensé de qué manera puedo aportar a la revolución. Creo que desde la palabra, sobre todo desde la palabra poética. Para eso es el arte, para atravesar barreras, para destruir dogmas, para volver a empezar"La saga de Los Confines le fue surgiendo. Vio que era necesario que alguien relatara la conquista de América desde otro lugar.Comenzó investigando, leyendo, cortando retazos de la historia y colocando esos hilos en su propio telar. Así surgió Los días del venado, su primera y gran obra, que fue el comienzo su carrera profesional como escritora. Luego llegaron Los días de la sombra y Los días del fuego, en los que a través de personajes fantásticos, se esconden los mapuches, aztecas y mayas y la sangre derramada por los pueblos originarios. "El odio eterno viene del norte", escribió. Así era como pensaba. Sus libros se tradujeron a varios idiomas como al inglés, neerlandés, alemán, francés y japonés entre otros. Recibió muchas distinciones, como el Honoris Causa de la UNCuyo, que fue casi una reivindicación, porque de algún modo, la universidad le debía ese reconocimiento. Sin embargo, para ella -y tal como describen en la entrevista realizada en La caja- el mayor reconocimiento era que su literatura sirviera para aromar el pan que amasó la gente, y compartirlo en una mesa común.

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