Es considerada el ariete de la destitución de Lorenzetti de la cúspide de la Corte nacional. Ya lo había sido con Aranguren.

¿Gobierna Carrió?

Por UNO

"No tengas dudas. La que gobierna es Elisa Carrió". La frase retumbó en una de las galerías del monumental edifico de calle Talcahuano. La antesala de los ministros de la Corte Suprema de Justicia lucía todavía trajinada por los pasos de los que horas antes comentaban estupefactos que Ricardo Lorenzetti había dejado de ser presidente de la Corte. Estupefactos muchos, felices los menos.

Escribir sobre la interna del máximo tribunal de la Argentina y pretender ser atractivo es casi un oxímoron. Sin embargo, en este nuevo momento de crisis argentina, entender lo que sucede en la cúspide de uno de los poderes debería ser tan interesante como comprender por qué el dólar no baja de los 40 pesos o los índices de actividad productiva se desploman. Con todas las imperfecciones, el sistema de división de poderes se pensó como el contrapeso al poder absoluto. La justicia es el último recurso para detener las acciones de los legisladores y los mandatarios del ejecutivo cuando se creen privilegiados, iluminados, "el único camino".

Cuando Cristina Kirchner, por ejemplo, pretendía tirar por la ventana al legendario Carlos Fayt, no se discutía solo la edad o sapiencia (pocas veces igualada) de un juez. Se ponía en juego el "vamos por todo". Por todo el poder. Cuando ella misma sancionó la ley de Subrogancias y nombró jueces que tenían como único antecedente haber sido asesor de una fábrica de neumáticos o cuando salvó a Norberto Oyarbide de la destitución, hacía lo propio. No mirar con el mismo prisma y analizar si ahora también hay atropellamiento político de la justicia, sería mezquino o interesado. Lamentablemente, hay.

El presidente de la Nación no tiene el menor afecto por Ricardo Lorenzetti. Hasta ahí, algo natural (y saludable, casi se podría decir) entre los que creen que tienen destino de poder (el que llega a Presidente esconde en su fuero íntimo la convicción de que es un "elegido") y su máximo representante del control.

Los políticos (y Macri es una expresión cabal de esto) detestan que los controlen. Por eso su tirria con los jueces y los periodistas. Unos, porque ponen diques desde la ley (Cristina K lo expresó brutalmente: "Con una birome y un amparo se sienten que pueden hacer lo que quieren", les dijo a los magistrados), los otros, porque cuentan desde el lugar de la opinión y la crítica.

El clímax del enojo macrista con el 11 años Presidente de la Corte fue la sentencia respecto de los aumentos de las tarifas. Lorenzetti se cansó de pedirle a la política que solucionara un tema que golpeaba abiertamente el bolsillo menguado de la mayoría de los ciudadanos. Pidió un modo de los que gobiernan para evitar llegar a la sentencia. No ocurrido esto, propició el fallo que fue un revés notable para el PRO. A eso, se le suma la desconfianza por el buen trato del ya ex presidente dela Corte con el ámbito político, su alto perfil público y la idea de que "quiere algo más que se un supremo", como alguna vez Macri dijo en privado a los suyos mirando el tercer lugar de la corte en el orden sucesorio del ejecutivo. Importó poco que Lorenzetti haya puesto el cuerpo para evitar la arremetida K en tiempos de gloria de Néstor y Cristina.

En este punto, el apoyo explícito e implícito a la desconfianza presidencial sumó actores. En un segundo plano público, pero con una potencia inusitada (metáfora para decir intromisión y presión del ejecutivo sobre el judicial), aparecen los asesores José Torello y Fabián "Pepin" Rodriguez Simón. A los que les guste la entretela judicial de los últimos días, y sólo como ejemplo, se recomienda la lectura del devenir de cambio de jueces relatada por La Política on line. Ellos tampoco querían más a Lorenzetti. Sin embargo, el ariete de la destitución fue, cómo no, Elisa Carrió. Aunque suene de policial matemático de Agatha Christie, hay que mirar el resultado y la conveniencia para entender el motivo del acto. "Gracias a Dios por lo que ocurrió. Ya está. Se terminó la extorsión y la corrupción", dijo la chaqueña celebrando la llegada de Rosenkrantz a la Corte. A confesión de parte...

Carrió sobreactúa. Sabe que la presidencia no implica un voto calificado en un órgano colegiado. Eso sí: se lleva por delante la división de poderes y nadie se atreve a contradecirla. Ha creado un bill de temor que hace que aún el disparate o el error flagrante ("el dólar no se va a mover de $23") luzca como un chiste perdonable.

Cuando el alto, altísimo, funcionario de la Corte asegura que gobierna Carrió pone ejemplos. "Se lo llevó puesto a Aranguren. La política de Energía es la misma. Pero ella no lo quería. Macri cedió. A los 5 minutos se cubrió políticamente y propuso un plan de pagos para las facturas de servicios que eran letra y música de Aranguren. Macri la bancó. Defendió a Quintana y Lopetegui y Macri apenas los corrió administrativamente del cargo mientras ella mantiene su línea de comunicación. Y así. El gobierno le tiene miedo a Carrió y la obedece", graficó el supremo.

Carlos Rosenkrantz llega a la corte con una propuesta de decreto del ejecutivo que pretendió saltar al Congreso como pide la Constitución. A Carrió eso parece no importarle. Y, seamos sinceros, ni al propio juez. Cuando Macri emitió su decreto (totalmente contrario al espíritu de que los jueces se nombran con acuerdo del senado, amparándose en un debilucho taparrabos formal de la ley) el hoy desginado presidente de la Corte bien podría haber dicho "no comparto este modo de hacer llegar mi nombramiento, no es republicano". Entonces, hubo solo silencio.

Carrió usa su lupa institucionalista (que fue un faro indudable contra la corrupción en los `90 y en la década pasada, cuando ella era opositora) cada vez que un hecho público toma relevancia. Nada dijo sobre la procedencia corporativa del abogado que hoy el máximo de la Corte: abogado de Clarín, La Nación, Farmacity (propiedad hasta hace cinco minutos del ex asesor presidencial Quintana), algunos fondos de inversores como Pegasus que se calificaron como buitres. Tampoco calificó para la calidad institucional de ella y de los que celebraron el voto del ahora presidente que consideró que los represores autores de delitos de lesa humanidad quedasen libres por un conteo banal de la aritmética llamado "dos por uno".

El doctor Carlos Rosenkrantz, de irrefutables pergaminos de la academia, llegó a la Corte luego de que Elena Highton de Nolasco abandonara sorpresivamente su tradicional modo coincidente de pensar con Lorenzetti y, dicen algunos, después de haberse sentido afectada porque su hija Elenita no ocupó un cargo vital en la Corte que no se concursa, claro, sino que depende del dedo decisor de los supremos. Así sumó el voto de Rosenkrantz que, sí, se votó a sí mismo y el de Horacio Rosatti, de larga disidencia con Lorenzetti.

Si el lector llegó hasta aquí demuestra, aparte de paciencia, voluntad de entender cómo funciona el poder. "El gobierno nacional actual es el mejor discípulo del anterior en materia de presión sobre los jueces", dijo en en radio La Red el ex presidente de Colegio de Abogados de la Capital, Jorge Rizzo.

Como en este momento importa más quién dice algo que lo que dice, valgan dos menciones. Rizzo era el abogado personal de Fayt cuando se enfrentó con Cristina. En su lista gremial, hay explícito afecto al amarillo PRO. Sin embargo, cree que la gestión Macri no defiende la convicción de que nombrar jueces razonablemente independientes es mucho mejor que empujar a los obsecuentes. Y ya se sabe que los obsecuentes del poder son los primeros que traicionan. Para ser obsecuentes de los que los suceden en el poder. Porque el poder es siempre efímero. Siempre.