Editorial
Cada vez que la crisis económica de la Argentina muestra los colmillos, el "fantasma" de un fin de año caótico resurge para avivar temores que, justificados o no, se creían superados.

El tic tac de fin de año

Por UNO

Cada vez que la crisis económica de la Argentina muestra los colmillos, el "fantasma" de un fin de año caótico resurge para avivar temores que, justificados o no, se creían superados.

Desde aquel estrepitoso final de la Alianza capitaneada por De la Rúa en diciembre de 2001, esa sensación de agobio y salto al vacío quedó latente.

El antecedente luego fue capitalizado por gremios que lo hacían valer en sus negociaciones de cara a futuras paritarias.

Las limitaciones propias de cada bolsillo y la cercanía de las fiestas son un peligroso caldo de cultivo para quienes creen que la salida es patear el tablero.

Este particular contexto es propicio para aquellos que presionan para obtener beneficios sectoriales, pero también por quienes ven en este turbio panorama una ocasión para debilitar al gobierno de turno.

Por estos días, desde el oficialismo surgen voces que intentan garantizar a la población que se está trabajando para evitar la recurrente amenaza del tic tac de fin de año.

La de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, es una de ellas. "Hay grupos generando una agitación política con la idea de que diciembre es algo distinto", alertó la funcionaria y anticipó que hará una presentación en la Justicia por incitación a la violencia.

Su denuncia señala a grupos de Facebook que llaman a "saquear y voltear" al Gobierno antes de fin de año.

Tanto Mauricio Macri como su núcleo duro aseguran que no hay que temer ningún tipo de reacción violenta.

Sustentan ese buen presagio en que la gestión nacional ha desarrollado una "política social profunda" (sic), donde la figura de la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, ha sido valorada incluso por referentes de la oposición.

Es obvio, y ejemplos sobran, que la solución no es un estallido social para resaltar el descontento. Sí es esperable que el Gobierno y los líderes sindicales pongan sobre la mesa no sólo estadísticas y chicanas y empiecen a desarrollar estrategias concretas para multiplicar el trabajo.

Ese sería, qué duda cabe, el mejor antídoto para llegar al brindis con un poco más de oxígeno y una cuota de esperanza.